A pesar de haber sido desarrollada hace tres siglos y medio, la obra de Baruch Spinoza en torno a las emociones humanas no pasa de moda. A raíz de la publicación del ensayo de Mauricio García Villegas, El viejo malestar del Nuevo Mundo, el filósofo neerlandés regresó a los titulares de prensa con renovado vigor, en momentos en que la intolerancia, la obcecación y el fanatismo a menudo prevalecen sobre el entendimiento y la razón.
Las pasiones ─enseña Spinoza en su Ética demostrada según el orden geométrico─ afectan nuestra capacidades de pensamiento y acción, a la vez que juegan un papel crucial en la comprensión de la naturaleza humana.
Las emociones negativas como el miedo, la envidia, la soberbia y el odio, que el pensador de Ámsterdam bautiza como «pasiones tristes», aparecen como resultado de la ausencia de conocimiento o de la percepción confusa de la realidad, limitan el raciocinio y motivan comportamientos inconvenientes. Cuando no entendemos las causas de nuestras emociones, asoman los sentimientos dañinos y quedamos encadenados a su regencia.
Como consecuencia de la sumisión a las emociones tristes se socavan varias de las destrezas que deben ir de la mano con el liderazgo positivo. La empatía encabeza la lista de las cualidades que están en riesgo, pues se opaca de manera inexorable a medida que se pierde la receptividad a las opiniones y puntos de vista de los demás. Sin empatía, la capacidad de comprender las necesidades y preocupaciones de la gente también se esfuma, llevando a que los integrantes de los grupos de trabajo, al sentirse carentes de apoyo y de relevancia, acaben decayendo en la contribución que de ellos se espera.
La toma de decisiones objetivas es otra de las habilidades que sucumben ante las emociones tristes. Ante la indeseable presencia de estas pasiones, el buen criterio es abatido por los juicios impulsivos y los sesgos. Un líder que permite que tales arrebatos dominen su proceso de toma de decisiones puede actuar de forma precipitada, en contravía de los intereses de su equipo u organización.
Cierro esta terna arbitraria de las destrezas de liderazgo que suelen ser derrotadas por las emociones tristes con la apertura al cambio. El miedo a lo desconocido o el simple temor a todo aquello que se aparta de lo usual, con frecuencia nace de la incomprensión de situaciones ambiguas o inesperadas; crece bajo el imperio del statu quo y se evidencia en la incapacidad de adaptarse a la evolución del entorno, de innovar, de crecer o, peor aún, de producir resultados, amenazando la supervivencia de los negocios.
Con su capacidad de contagio, las emociones tristes afectan el clima laboral. Los comportamientos negativos de los mandamases se transmiten con rapidez a las personas, creando ambientes tensos y poco saludables, que a su vez afectan el compromiso y la productividad de los empleados.
Corresponde a los líderes desarrollar la capacidad de entender cómo sus pasiones afectan a los demás y procurar un equilibrio entre la razón y las emociones. Para ello es recomendable enfocarse en otra terna, esta vez de competencias emocionales: la autoconciencia para evitar reacciones impulsivas, el autocontrol para mantener la calma en situaciones estresantes y la comunicación abierta para motivar la expresión de las opiniones y sentimientos de los integrantes de los equipos de trabajo.