Desde que el trabajo híbrido apareció en nuestras vidas como una de las consecuencias más directas, evidentes y disruptivas de estos veintiocho meses de pandemia, las vacaciones, que solían ser el espacio idóneo para desconectarse de los deberes del trabajo, recobrar energías y regresar con ánimo renovado, se convirtieron en un batiburrillo donde las actividades personales y las ocupaciones laborales tienen prioridades difusas y ambigüedades constantes.
No son menores los beneficios para la salud emocional que trae la desconexión de los compromisos del liderazgo durante el tiempo de las vacaciones, de los cuales muchos expertos se han ocupado. El reconocido autor Vince Molinaro menciona otros dividendos que resultan de desligar el trabajo del descanso en uno de los boletines informativos de su blog Gut Check for Leaders, del cual tomo los dos que considero más relevantes: la separación de actividades permite cambiar el prisma desde el cual miramos los desafíos cotidianos, brindándonos una mirada fresca que mueve a la creatividad y además nos ofrece la valiosa oportunidad de desarrollar a las personas que habrán de relevarnos pues, en ausencia del líder, les corresponde tomar decisiones y asumir obligaciones que los prepararán para el futuro.
Con el firme propósito de aprovechar un par de semanas en las que pudiera desenchufarme tanto de la cotidianidad del trabajo como de la intoxicante atmósfera preelectoral de los últimos meses, salí de vacaciones con mi familia aceptando con estoicismo el triste deterioro de la que fuera la aerolínea insignia de Colombia y asumiendo con resignación el efecto real de la devaluación de nuestra frágil moneda. Hemos pasado unos días inolvidables compartiendo conversaciones en familia, gozando de la compañía de personas que apreciamos, disfrutando de un clima más benigno que el que reina por estos días en la fría Bogota, en fin, privilegiando el esparcimiento para romper la rutina que siempre amenaza con absorbernos.
Hace un par de noches fuimos a cine en buena compañía. Escogimos Top Gun: Maverick, la continuación de la película de 1986 que muchos recordamos y, dejando momentáneamente de lado la intención de separar los dos mundos, el laboral y el personal, me di a la tarea de buscar paralelos entre los quehaceres del liderazgo y los diálogos y acciones de los protagonistas de la historia.
En medio de la inverosimilitud propia de las superproducciones de Hollywood, encontré algunas lecciones que vale la pena resaltar: la primera y más notoria nos enseña que el logro de cualquier objetivo tiene como prerrequisito la convicción y el compromiso de todos los integrantes del equipo; la segunda, que el líder debe adaptarse a las individualidades de su grupo y no al contrario, pues esto permite la contribución de todos en pro del cumplimiento de las metas y, la tercera, que tener un manual de instrucciones no garantiza el éxito cuando se trata de responsabilidades complejas en entornos inciertos.
Sin duda hay muchos aprendizajes más que tienen conexión con el trabajo en equipo, el error como fuente de aprendizaje y el valor de no poner límites a las capacidades de las personas, que cada espectador identificará luego de conocer (o recordar) al capitán Pete Mitchell y a su brigada de pilotos de la armada norteamericana. ¡Buen vuelo!