Me atrevo a afirmar que las gafas, cuya invención se atribuye al fraile pisano Alessandro Della Spina en el siglo XII, ocupan un lugar destacado en la lista de los inventos más importantes de la historia de la humanidad y, aunque discutible como cualquier hipótesis, es posible que sin ellas genios como Francisco de Quevedo, Franz Schubert, James Joyce o Andy Warhol no hubieran tenido el brillo que hoy les reconocemos. Quienes dependemos de los anteojos para nuestras actividades cotidianas lo entendemos perfectamente pues, para nosotros, enfocar con ojos desnudos es una tarea irrealizable.
Si nos limitamos a la ciencia de la óptica, al disponer de los lentes correctos se corrige el foco que el astigmatismo altera; cuando nos referimos a la gestión de las personas, para garantizar ese foco es preciso leer correctamente el entorno, definir los indicadores de avance y de resultados, entender la diferencia entre lo urgente y lo importante y por encima de todo, identificar con claridad la situación que se pretende resolver con el fin de evitar decisiones erráticas y distantes de las soluciones de fondo. Así como las antiparras equivocadas impiden ver con claridad el paisaje, los prejuicios, los sesgos y las agendas preconcebidas emergen como los principales enemigos de la eficacia en empresas privadas e instituciones públicas. Y al revisar el desempeño de estas últimas en nuestro vecindario, la pérdida de la brújula adquiere dimensiones epidémicas.
Lo que acontece en Bogotá ejemplifica a las claras esta situación: la alcaldesa, que en su peculiar antífrasis es excluyente y discriminadora mientras alardea con su retórica de inclusión y diversidad, se destaca por tomar decisiones que buscan esconder la realidad de muchos problemas cuyas causas crecen alimentadas por su desatención. En lugar de abordar la educación cívica, la cultura ciudadana, el respeto a la ley y la convivencia, inunda de obstáculos las pocas calles funcionales de la ciudad y plantea remedios tan disparatados como el corredor verde de la carrera séptima que acabará paralizando del todo el ya caótico tránsito de la capital. No se trata, como lo afirman algunos, de una declaratoria de guerra a los automóviles, sino de un ataque feroz a lo poco que queda de locomoción urbana.
El Foro Económico Mundial ha identificado diez competencias que, a su juicio, serán indispensables en el mundo del trabajo de 2025. Dentro de ellas se destacan el pensamiento analítico, la capacidad para resolver problemas complejos, la creatividad y la flexibilidad, habilidades estas a las que parecen ser inmunes muchos de nuestros dirigentes, si lo vemos desde la perspectiva de la orientación hacia el progreso y el foco en el bienestar general.
Resulta evidente que los problemas mal planteados llevan a soluciones erradas, estrategias incongruentes y consecuencias indeseadas. El adecuado abordaje de los atolladeros que enfrentamos requiere, además de las habilidades sugeridas por el Foro Económico Mundial, la capacidad del gobernante de despojarse de egos y veleidades para centrarse en lo verdaderamente esencial. Una persona que carezca de tales condiciones no es competente para ejercer su misión y una que, teniéndolas, tome decisiones desalineadas, es indigna del cargo. Ni la ineptitud ni la manipulación nos convienen.