Solidaridad, evasión, neutralidad
Como porcentaje de sus respectivos PIB, los cuatro países europeos que más ayuda militar han enviado a Ucrania son Estonia, Polonia, Lituania y Eslovaquia. Se trata de naciones con una densa historia—y heridas frescas—por haber sido invadidos, ocupados, y/o anexados y rusificados por la Rusia imperial o la soviética.
En proporción al PIB, el quinto en ayuda es Suecia; una economía de tamaño medio, séptima dentro en la Unión. Después de Estados Unidos, sexto en ayuda militar medida como porcentaje del producto, le siguen la República Checa y Croacia, también Estados alguna vez parte de la esfera de Moscú. Las contribuciones de las grandes potencias europeas siguen a continuación: Reino Unido, Francia, Italia y Alemania.
El caso de Alemania merece un párrafo aparte. Ocupa el puesto número 12 en contribuciones, y su política exterior continúa bajo la larga sombra de Minsk II y Nord Stream 2, decisiones de Merkel que legitimaron la presencia militar rusa en el oriente ucraniano y profundizaron la dependencia alemana en la energía rusa. El canciller Scholz asume hoy una posición igualmente funcional al Kremlin. Cada día, Berlín envía a Rusia decenas de millones de euros por combustibles fósiles, a pesar de las sanciones, y rehúsa enviar a Ucrania armamento pesado.
La cuarta economía de la Unión, por su parte, ha ayudado con un insignificante 0,0002% de su PIB. Es España, de ahí que parte de la prensa haya catalogado a Pedro Sánchez como “el gobernante más tacaño de Europa”. Solo después de lograda la foto-oportunidad que tanto anhelaba—con Volodymyr Zelensky en Kiev—anunció erogaciones más significativas. No es inusual, para algunos gobernantes “posar” es sinónimo de “gobernar”. Si en contribuciones va último, en superficialidad Sánchez suele obtener buenos puntajes.
Los datos arrojan luz, por cierto, acerca de las reiteradas quejas de Zelensky a los europeos. Es que surge un patrón: en términos relativos, son los Estados pequeños los que llevan adelante este esfuerzo político y fiscal. Y es plausible asumir, o al menos considerar como hipótesis, que sin el músculo y los recursos de los Estados grandes no se logrará torcerle el brazo a Putin. Ucrania es la primera trinchera de defensa de Europa, no siempre se tiene esto presente.
La problemática de los “Estados pequeños”, largamente estudiada en relaciones internacionales, destaca que estos tienden a ser pacifistas por necesidad, si no neutrales por tradición como Suecia. El multilateralismo es su política de Estado; la vulnerabilidad torna la cooperación en parte de su mismísima identidad nacional.
Sin embargo, la guerra de agresión de Rusia reduce hoy el espacio disponible para aquella neutralidad; el avance de Suecia y Finlandia hacia la membresía plena en OTAN lo indica. Ello porque los Estados pequeños tienden a ser las primeras víctimas de las violaciones a la soberanía e integridad territorial derivada del uso ilegal de la fuerza. Es inherente a la propia existencia de un “orden internacional”, subrayo “orden”, que un Estado no pueda devorarse a otro por el simple hecho de tener la capacidad material de hacerlo. Concebido en términos sistémicos, entonces, el respeto a la soberanía e integridad territorial es la norma cardinal del mismo.
Todo ello es pertinente—y especialmente oportuno—también en el hemisferio occidental. Se aprobó en la OEA una resolución que suspende a la Federación Rusa como observador permanente de la misma. Será efectiva hasta que “el Gobierno ruso cese sus hostilidades, retire todas sus fuerzas y equipos militares de Ucrania dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas y vuelva a la senda del diálogo y la diplomacia”. Así dice el texto propuesto por Antigua y Barbuda, y Guatemala, Estados pequeños del Caribe y América Central.
La resolución se aprobó con 25 votos a favor y sin votos en contra, pero no pueden ignorarse las ocho abstenciones; Argentina, Brasil y México entre ellos, justamente los tres países más grandes de América Latina. En América también son los países pequeños quienes lideran este esfuerzo y por las mismas razones que en Europa.
El embajador de Antigua y Barbuda, sir Ronald Sanders, lo expresó con elocuencia: “Hay una importante lección a ser aprendida en los doce votos de los países caribeños y los cinco de sus contrapartes de América Central. Ellos muestran que los pequeños Estados también tienen una voz legítima y fuerte en el hemisferio y el mundo para hablar en defensa de los derechos y la justicia”.
Dos meses más tarde de iniciadas las hostilidades, leemos acerca de otra “Gran Guerra” europea, hoy y en tiempo real. Por definición es un conflicto sistémico. Altera la distribución de poder dentro del sistema internacional y, como tal, concluirá con una reconfiguración del mismo. No se alcanza a vislumbrar del todo, pero el abandono de la neutralidad por parte de Suecia y Finlandia permite apreciar algunos rasgos de lo nuevo.
Dos meses más tarde, también se aprecia que Rusia es más débil y vulnerable que al comienzo. Sus déficits de planificación y conducción bélica son notorios. Estados Unidos y OTAN ingresan en una fase diferente. Washington ha anunciado un crecimiento significativo de la ayuda militar a Ucrania, en cantidad de recursos tanto como en la calidad y función táctica del equipamiento a enviar. Zelensky respondió complacido: “finalmente nos enviarán lo que necesitamos”. Vuelvo a lo anterior: Ucrania es la primera trinchera europea en esta Gran Guerra.
Y no es solo ayuda militar. El Departamento de Defensa será anfitrión de una reunión de planificación de ministros de defensa y altos oficiales militares de naciones aliadas, OTAN y extra OTAN. Tendrá lugar en la base aérea de Ramstein en Alemania. Al mismo tiempo, los secretarios de Defensa y de Estado anunciaron una reunión con el propio Zelensky en Kiev, los funcionarios de más alto rango de la Administración Biden en viajar a Ucrania. El Reino Unido, Francia y Canadá también comprometieron más ayuda militar.
Dos meses más tarde, esta Gran Guerra ingresa en otra fase. Estados Unidos y Europa suben la presión y la temperatura sobre el agresor. En América Latina, mientras tanto, muchos gobiernos siguen pensando en términos de la Segunda Guerra, o bien de la Guerra Fría, con pretextos articulados en un rancio y vacuo lenguaje. Tal vez las excusas por una abstención incomprensible les lleguen empaquetadas por la propaganda de RT.
La neutralidad de entonces, repetida hoy como acto reflejo, es aún más inexplicable. Solo Brasil se alineó con Estados Unidos en la Segunda Guerra, la tan celebrada Fuerza Expedicionaria que combatió en Italia junto a los Aliados. Brasil hizo coincidir entonces principios e intereses en su política exterior, no siempre ocurre. Su abstención de hoy es por ello incomprensible.
El resto de América Latina fue vista entonces como hipócrita y oportunista, hipocresía y oportunismo que se repite hoy en algunos casos. Dos meses más tarde, y sin brújula normativa, los abstencionistas parecen ignorar que América es Occidente. Si no está alineada con Occidente, no está en ninguna parte. Los pequeños Estados caribeños y centroamericanos lo tienen perfectamente claro.