Aunque aún no podemos cantar victoria con el buen ritmo que ha tenido el plan de vacunación nacional y con la caída de los contagios y mortalidad ocasionados por la pandemia después del funesto tercer pico de mayo, junio y julio, todo parece indicar que la dinámica de la reactivación económica toma mayor fuerza.
Las cifras hablan por sí solas: de acuerdo con el Dane, en el segundo trimestre de 2021 la economía colombiana creció 17,6% y según diferentes proyecciones, este año el crecimiento económico rondará entre 6% (BM) y 8% (Bancolombia); industrias como la de comercio al por menor y por mayor, han presentado cifras esperanzadoras, con una variación anual de 22,3% (Dane).
Por supuesto, esta tasa debe contrastarse con la de 2020, cuando el país tuvo su peor recesión. En muchos sectores, particularmente en empleo, aún estamos lejos de recuperar el comportamiento previo a la pandemia, pero lo cierto es que hemos vuelto a la senda del crecimiento y es una oportunidad que no debemos desaprovechar.
El crecimiento es la condición fundamental para que el país pueda alcanzar los logros sociales que está reclamando y para que, efectivamente, se den las condiciones de progreso y desarrollo que todos anhelamos y queremos para el país. Por esto mismo, dicho crecimiento no puede ser un tema meramente económico, sino que debe incorporar conceptos que ya venían involucrándose en las discusiones económicas globales y nacionales antes de la pandemia y que ahora toman más relevancia.
Algunos le llaman capitalismo o sociedad consciente, otros, capitalismo con propósito, activismo empresarial, economía regenerativa y un largo etcétera de nombres que no vale la pena mencionar; lo fundamental es que el modelo de desarrollo debe propender no sólo al crecimiento económico, sino hacia uno que también busque la creación de valor social y ambiental, de manera que la riqueza genere beneficios para todos y esté en línea con las necesidades de sostenibilidad y bienestar que requiere nuestro país.
Bajo esa perspectiva, desde el Cesa consideramos que en Colombia la reactivación económica debe pasar además, por la protección del empleo y las condiciones de empleabilidad, de manera que los empresarios cuenten con políticas e incentivos que les ayuden a mantener y crear más trabajos, así como por la promoción de la innovación con un énfasis social y en emprendimiento y la readecuación de habilidades (duras y blandas) de cara a la cuarta revolución industrial, de forma que tengamos capital humano capaz de competir globalmente.
Asimismo, por la transformación digital, entendida tanto por la adopción tecnológica allí donde no la hay, como por la conversión de procesos y negocios tradicionales a entornos digitales. Y por último, pero no menos importante, pasa por la sostenibilidad, elemento obligatorio para cualquier empresa o país que quiera participar en el contexto actual de desarrollo.
Como lo mencioné en una columna anterior, debe existir una manifesta intencionalidad de quienes toman las decisiones, para que la estrategia corporativa se armonice con los desafíos planteados por los ODS. Alinearse con estos objetivos no es un asunto de moda, sino de repercusiones para el negocio, pues los ODS -según la ONU- representan cerca de US$12 billones en ahorros para las compañías.
Así, para aprovechar este crecimiento y reactivación, es necesario que Gobierno, empresas y academia, aportemos cada uno desde nuestro sector. Un buen ejemplo de ello es el TaskForce de inversión responsable, un escenario de relacionamiento y diálogo entre actores públicos, privados y academia, que trabajan en la promoción e implementación de la inversión responsable, para articular distintos esfuerzos institucionales, visibilizar experiencias, buenas prácticas y promover colaboración en materia de financiación sostenible.
Desde la academia, nuestro compromiso es participar en estos debates, en la generación de conocimiento y, desde luego, en la formación de liderazgos que contribuyan a un crecimiento consciente, sostenido y con propósito.