¿Si los seres humanos somos creativos, por qué la mayoría de las empresas no lo son? Para las empresas no ha sido fácil conectarse con una verdadera creatividad que propenda a una adaptación constante empresarial a un mundo cambiante. Sin embargo, cuando cualquiera de nosotros como directivos, consultores, profesores o cualquier rol que permita liderar equipos humanos realizamos talleres donde se requiere exhortar los instintos creativos humanos, no termina siendo una tarea difícil; nos sorprendemos por las respuestas que obtenemos de cada persona ante los retos planteados. La pintura de los niños, los memes que recibimos a diario, las canciones, el deporte, el teatro, la poesía y, en general, los escenarios humanos son cunas factibles de altas dosis de creatividad, sin importar el desafío otorgado.
Sin embargo, cuando observamos el comportamiento de las empresas ocurre lo contrario. La creatividad es cohibida con excesivos controles, auditorias, evasión al error y por el seguimiento de las normas o políticas establecidas que, seguramente, han sido vitales para el éxito de la organización en el pasado. Esto conlleva a una paradoja muy relevante de resolver para facilitar la sostenibilidad empresarial donde, sí o sí, la creatividad será una competencia necesaria.
El profesor del London Business School, Gary Hamel, en conjunto con el consultor Michele Zanini, en su libro Humanocracia, da una serie de competencias que, bien estructuradas en las labores cotidianas, podrían ser las pautas correctas a una respuesta empresarial hacia los entornos más inciertos.
La primera competencia está relacionada con la obediencia, es decir, la capacidad para seguir ordenes, normas o políticas, las cuales son necesarias para honrar los valores que han sido tradicionales en cualquier organización. Luego, las empresas deben dar un salto en su escala competitiva y acoplar la diligencia, la cual garantiza el trabajo duro y un compromiso general a favor de los objetivos organizacionales. La experiencia es la siguiente competencia porque es necesario conjuntar habilidades para hacer las cosas de mejor manera. Este grupo primario de competencias son reactivas a los estímulos internos de cualquier empresa y solo son suficientes para optimizar el régimen establecido, es decir, fortalecer lo realizado en el pasado.
Sin embargo, para dar respuesta a los momentos inciertos o cambiantes del mundo de hoy, Hamel-Zanini también establecen una sería de competencias que el profesor de la escuela de negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez, Juan Carlos Eichholz, llama competencias adaptativas o, como el consultor Patricio Polizzi, director de la Consultora Visión Humana de Chile, establece como competencias emergentes o plasticidad empresarial. La escala de estas competencias y que se catapultan de la obediencia, diligencia y experiencia empieza por la iniciativa la cual genera la posibilidad de impactar organizaciones con los emprendimientos gestantes en los propios colaboradores. Su proactividad será la base de esta iniciativa, gracias a motivaciones implícitas que vengan de la alta dirección. Esta escala continúa con la creatividad, la cual se cimenta de las competencias reactivas y de la iniciativa humana. La creatividad se basa en la capacidad real para diagnosticar la causa-raíz de los problemas y ofrecer una solución con alternativas diferentes a las conocidas. Esta competencia aprovecha ese instinto individual humano hacia crear cosas nuevas y a resolver retos o problemas. Finalmente, la audacia fomenta el deseo de dar lo máximo de cada colaborador para la búsqueda del propósito empresarial.
El conjunto de las competencias reactivas, como base para consolidar lo construido en el pasado y las competencias adaptativas o emergentes para construir el futuro, son la clave para despertar toda la creatividad humana que propenda en la empresa, la verdadera competitividad en los entornos volátiles que enfrentará gracias a su verdadera plasticidad.