Pues pareciera que sí y quién se atreva a decir lo contrario es posible que acabe excomulgado y le dejen fuera de la carrera de la “transformación digital”, término tan manido últimamente, como tantos otros usados en estos meses que llevamos de pandemia: nueva normalidad, desescalada, teletrabajo, cogobernanza.
Siendo un defensor de la citada transformación a la que me he referido en el párrafo anterior, si que voy a destacar algunos puntos donde no reluce tanto este mundo digital en el que nos ha tocado entrar a trompicones y de manera exagerada en algunos casos. Como vamos a poder ver a continuación, una cosa es lo que se quiera mostrar y/o comunicar y otra la realidad que hay detrás y que conviene mantener un tanto “secreta” para no acabar con el discurso de la disrupción que es lo que ahora se intenta vender y que muchas veces nos vemos abocados a comprar, aunque no lo acabemos de entender.
Empecemos.
-Las cifras: estas demuestran que tienen un gran impacto comunicativo, pero que todavía no lo son tanto en la realidad de nuestro día a día. Algunos datos referidos el mercado de USA que validan esta afirmación: dos terceras partes de los americanos que consumen TV, lo hacen en canales convencionales (Netflix sólo lo consumen un 6%); la compra online representa 14% de la venta minorista (¿realmente pensamos que Amazon ha impactado en el nivel de ventas de un gran número de establecimientos de poblaciones pequeñas o medianas?); sólo una de cada seis personas trabaja en remoto (¿es el momento de cerrar las tiendas de conveniencia instaladas en los caminos entre la casa y la oficina?); menos del 8% de la población consume regularmente servicios de “delivery” (¿nos obsesionamos en cubrir esa demanda y desatendemos el servicio de calidad en los establecimientos?)
Siendo todas estas cifras muy representativas y con crecimientos anuales muy significativos, incluso espectaculares, decir que el consumidor ha cambiado radicalmente su manera de pensar, comportarse y actuar es una exageración y no se corresponde con la realidad. No es algo plenamente interiorizado ni aceptado de manera generalizada. Llegará a serlo, cada vez más, pero todavía nos quedan años donde lo “tradicional” prime, en términos numéricos, sobre lo digital.
Conclusión: pequeños y rápidos cambios en el actuar de los individuos que se repiten incluso de manera recurrente en algunos casos, pueden distorsionar nuestra realidad y la de algunos de nuestros negocios. Como diríamos en España: “estamos pasando de la dieta al empacho”. ¡Cuidado!
-Resolución de viejos problemas: a pesar de haber puesto grandes esperanzas en que la nueva economía (digital), iba a resolver los graves problemas de la economía más tradicional, la realidad es que no ha sido del todo así. ¿Realmente se han mejorado nuestros estándares de vida? Como en el caso anterior, nada como ejemplificar para demostrarlo: todo el mundo sabe lo complicado, la tremenda regulación y lo poco rentable que es vender productos en Amazon o aplicaciones en Apple. ¿Qué diferencia hay entre esta problemática y la que han tenido que lidiar un sinfín de marcas con los grandes retailers tradicionales? ¿Por qué nos sorprende que Apple/Amazon quiera vender productos en consignación o que nos pida una inversión por aparecer más arriba o abajo en “sus buscadores”, cuando antes (y ahora) también se paga por tener mayor o menor presencia en los lineales de los supermercados? La famosa “desintermediación y democratización” del mundo digital, no es siempre así. Simplemente han cambiado los que ahora marcan las reglas del juego, pero las reglas siguen existiendo; ahora Google, Apple, Amazon., entre otros, son los que tienen en sus manos definir quien puede ganar o perder y lo qué se necesita para lograrlo. Este razonamiento también funciona “sensu contrario”: ¿por qué nos sorprende que Amazon desarrolle su propia línea de ropa algo que es y ha sido tan natural en marcas que todos tenemos en nuestra memoria?
Conclusión: hay un claro desencuentro en las expectativas entre lo que debería aportar el mundo digital versus al analógico para mejorar los negocios de las empresas. En muchos casos, se repiten modos de actuar y lo que varía es la manera en cómo se valora lo hecho por unos o por otros “jugadores”.
-Detrás de la pantalla: no cabe la menor duda que la economía digital no termina en la interacción con nuestra plataforma favorita a través de la pantalla del ordenador o del celular. Ahora que está en boca de todos los temas del calentamiento global, de la movilidad dentro y fuera de las ciudades (mejora de la calidad de vida), de los edificios energéticamente eficientes, del uso adecuado de recursos limitados como el agua; ¿cómo se conjuga todo esto con los “dark kitchens” que inundan ciertos barrios de muchas de nuestras ciudades y que producen claras molestias entre los vecinos de la zona? ¿y el incremento de flotas de vehículos que realizan servicios de recogida y entrega de mercancías y/o personas (Amazón, Uber) que claramente deterioran la habitabilidad en las ciudades en las que operan? ¿y el caso del alquiler temporal de viviendas habitacionales para la realización de fiestas descontroladas u otras actividades que rompen con el sentido original de “ofrecer un servicio turístico alternativo a los hoteles en lugares donde la oferta es escasa o cara” y que acaba con denuncias de vecinos o prohibiendo dicho tipo de alquiler?
Estamos hablando de actividades que claramente deterioran nuestro medio ambiente incrementando considerablemente el ruido, la polución, la basura, el tráfico incluso el reciclado de residuos, a lo que se puede unir problemas de seguridad ciudadana en el caso de las mencionadas fiestas en domicilios alquilados. Quizás, hasta hace muy poco, este impacto “físico” detrás de la plataforma no era tenido en cuenta y no formaba parte de nuestras conversaciones diarias. Ahora, es noticia en todos los informativos
Conclusión: el usar plataformas digitales no es siempre tan ventajoso para el futuro de nuestro planeta y requiere que reflexionemos al respecto. No todo vale
No quiero alargarme más, pero estos son sólo tres ejemplos que demuestran que las bondades del mundo digital, que son muchas y evidentes, no son tan incuestionables como mucha gente nos quiere hacer creer.
Podía haber puesto sobre la mesa alguna más. Por ejemplo, el uso de nuestra “data” para fines no siempre acertados y aprobados por nuestra parte y que pueden llegar a violar nuestra “intimidad” o al menos la privacidad de nuestra información. Tampoco deberíamos olvidar el tremendo consumo energético de los potentes “data centers” o el minado de criptomonedas que se ha puesto tan de moda
Gracias a este periódico, que me dio la oportunidad de colaborar con ellos hace ya casi cuatro años, pude publicar un libro con un resumen de los artículos escritos durante los dos primeros años. Su título: “Reflexiones, discusiones y alguna que otra provocación”.
Intento que lo que escribo pueda dar lugar a debate. Obviamente no creo que lo logre siempre, pero en este caso sí que estoy intentando ser provocador.
Lo seguiré intentando, con respeto, mientras me lo permitan. Y no lo duden, soy un convencido de la transformación digital, pero no “un fundamentalista” de la misma.