“Una gran democracia debe progresar continuamente o pronto dejará de ser o grande o una democracia”
(Theodore Roosevelt)
Desde hace algún tipo se está hablando del profundo desapego de las generaciones más jóvenes, otro término que comienza con el prefijo objeto de mi reflexión, por la política.
No se sienten representados: ninguno de los temas que les preocupan, son seriamente debatidos por la clase política “al uso”, pese a que, a efectos de titulares periodísticos, abran muchas portadas, no comparten los intereses partidistas, cortoplacistas de unos y otros más preocupados por aferrarse al poder que en aportar soluciones reales, no admiten los casos de nepotismo y corrupción que nos invaden día tras otro y tampoco, pese a lo que nos pensemos los mayores, disfrutan del espectáculo circense, eufemísticamente hablando, en el que se han convertido las sesiones parlamentarias donde cada uno va a hablar de su libro renunciando a escuchar lo que dice el de enfrente o a contestar lo que se les pregunta.
El panorama es desolador, patético y no ayuda nada para poder tener una visión alentadora del futuro que les espera y nos espera. Pone sobre la mesa la clase de políticos que tenemos; en mi país y en otros que no hay que mencionar porque a todos nos vienen a la cabeza.
Algunos pueden pensar que es pura exageración lo que aquí estoy compartiendo y, sinceramente, no creo que esté exagerando en absoluto porque puede generar una involución democrática y llegar a cuestionarse la vigencia del sistema político occidental que ha sido referente en una gran parte del mundo durante años y que, desde mi punto de vista, ha ayudado al progreso de la humanidad, en especial tras la Segunda Guerra Mundial.
Esta visión la visualizo como un triángulo, donde en cada uno de los vértices coloco tres “des”: Desconexión, Descontento y Desinformación.
Estos tres términos ya son suficientemente representativos como para que estemos muy alerta. No creo que haga falta desarrollar lo que entiendo o lo que significan para mí y para cualquiera cada uno de ellos.
Sin embargo, la cuestión se complica y se vuelve más peligrosa si cabe cuando hacemos combinaciones de los tres términos. Me vais a permitir que hable en primera persona para no señalar en exceso a nuestros jóvenes y porque creo que en bastantes casos se extrapola a edades más adultas:
-Desinformación con desconexión: nos lleva a la IGNORANCIA. Lo primero que leemos, que nos cuentan, que oímos…, lo damos por bueno, aunque sepamos que pueda ser falso o al menos no cierto. Estamos tan desconectados de la realidad, nos importa tan poco porque nos vemos tan alejados de lo que acontece, que preferimos hacernos pequeños y vivir en nuestro micro mundo; alejados de todo y, por desgracia, muchas veces, también de todos.
-Desconexión con descontento: nos acerca a la ABULIA. Como ya nos hemos dado cuenta de que todos aquellos que nos gobiernan van a lo suyo, a sus intereses personales al margen de soflamas electoralistas para conquistarnos en gran parte incumplibles o demostradamente incumplidas durante años, pues nos echamos a un lado e intentamos sobrevivir o pasar por la vida con más pena que gloria. La resignación ha podido en muchos casos con la rebeldía que se nos supone y acabamos agotados y encerrados en un laberinto sin salida.
-Descontento con desinformación: puede llevarnos a la VIOLENCIA. Ya hay gente que se encarga de “cargar mucho más las tintas” sobre una realidad que de por sí es cero halagüeña para aumentar nuestra frustración y para ello no les importa llenar pseudo medios, redes sociales, blogs de discursos absolutamente sectarios con el único fin de alentar a los mortales a que se rebelen y salgan a la calle a cambiar el “statu quo”, usando para ello cualquier actuación más o menos agresiva, puesto que a través del diálogo no se consigue nada
Desconexión-Descontento-Desinformación es una pócima peligrosa, pero la mezcla de Ignorancia-Abulia-Violencia es demoledora y puede llevarnos a volver a las cavernas de la política.
Algo que hace unos años era impensable y que ahora es una realidad que ya se ha instalado en algunos países y otros van detrás siguiendo su estela; el auge y en muchos casos la aceptación de regímenes autocráticos, enmascarados como democracias parlamentarias, empieza a ser “bien visto” y se defiende como la única solución a dar la vuelta a la tortilla política.
La famosa frase de Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”, ha empezado a cuestionarse de iure y de facto y, aunque ningún gobernante utiliza el término autocracia, porque es inaceptable y es políticamente incorrecto, su manera de actuar no nos engaña.
Hasta hace muy poco este desvarío político se reservaba a países que se contaban con los dedos de una mano y de latitudes muy concretas. Sin embargo, ahora, hasta las democracias más antiguas del mundo, cada día muestran actitudes, mensajes y comportamientos que no dejan lugar a dudas de lo que pretenden.
¿Realmente a alguien le puede sorprender el crecimiento de los partidos de extrema derecha en las democracias occidentales?; ¿ O el auge del nacionalismo desaforado enmascarado con aranceles, medidas proteccionistas y críticas a todo lo que viene de fuera?; ¿O los intentos de acabar con la separación de poderes para poder legislar, ordenar sin ningún tipo de limitación, ni siquiera respetando sus leyes fundamentales?; ¿ y los malabares de ciertos gobernantes para perpetuarse en el poder aunque su constitución se lo permita, con una política basada en el clientelismo o en una engañosa seguridad nacional? Del tema migratorio y el racismo palpable que se hace visible con él, para qué extenderse.
No creo que nos sorprenda a ninguno.
Es por todo ello que, aunque sólo sea para defender lo que ha sido la base de la convivencia y el progreso en los últimos decenios y evitar que ciertos personajes hagan creer a los más jóvenes que lo logrado con sistemas políticos generalmente aceptados ya no sirve para nada, nos toca agarrar de las solapas a esos dictadorzuelos de medio pelo que se aprovechan de las actuales circunstancias y sacarles de la política a puntapiés, antes de que sea demasiado tarde.
Para lograrlo debemos, los que todavía no somos unos descreídos de la democracia liberal, convencer a los más jóvenes que esta situación se puede revertir y que la abulia, ignorancia y violencia torne a movilización, interés y diálogo que lleven al menos a pintar un futuro menos sombrío del que pintan muchos que de esa sombra buscan sacar provecho: provecho personal.
Hagamos caso a Roosevelt y busquemos avanzar en democracia para que no haya algunos que piensen que este sistema político, nuestro sistema, ha terminado su ciclo. No será fácil, pero tampoco imposible, bastaría con mirar atrás, ver lo conseguido y priorizar el bien común y el progreso del mundo por encima de los intereses particulares.