No cabe la menor duda de que desde hace semanas estamos oyendo en todos los medios de comunicación, analistas políticos y otros personajes que, sin serlo, viven del alarmismo y de meter el miedo en el cuerpo, que en los próximos meses se nos avecina una nueva “tormenta perfecta” en lo económico: altísimas tasas de inflación que están erosionando día tras día las economías familiares y eso, en países menos desarrollados incrementa las desigualdades sociales pudiendo derivar en posibles focos de violencia; subidas de los tipos de interés que impactarán en las estrategias de inversión de las empresas y en las hipotecas de particulares; problemas de suministro de gas como consecuencia de la guerra en Europa que puede llevar aparejados restricciones en el uso de la calefacción en hogares, oficinas y establecimientos; precariedad en las cadenas de suministro; temor a las hambrunas en África por los retrasos en la distribución y transporte de productos alimenticios de primera necesidad; tensiones geopolíticas en varias partes del mundo y, como no, el desastre medioambiental y el cambio climático que más pronto que tarde también va a impactar en nuestras vidas.
La verdad es que el panorama no es muy halagüeño porque, además de todo lo anterior, que son razones de peso y de impacto global, existen los problemas domésticos de cada país que lo único que hacen es agravar la situación.
Hace unos meses en alguno de los artículos que he publicado en este periódico mencionaba que quizás esta situación de tumulto y tensión perpetua y multicausal es la que nos va a tocar vivir de ahora (desde hace dos años, en concreto, con el inicio del covid), en adelante.
No nos va a quedar más remedio que levantarnos cada día sabiendo que los años de tranquilidad y sosiego pueden haber llegado a su fin y ¡ojo!, tampoco significa que vayamos a llevar una vida llena de penurias y lamentos; simplemente que nos toca gestionar los problemas de una manera muy diferente a como lo hemos estado haciendo hasta ahora.
Hasta hace muy poco se destacaban los efectos beneficiosos que había traído, en general, la globalización a nuestro mundo, hasta que se empezó a cuestionar, incluso haciéndola responsable de muchos de los males que nos acechan en nuestros días. Ahora toca hablar de la multilateralidad.
Siendo tantos los problemas comunes a tantos países y territorios, quizás sea el momento de apostar por un proceso de trabajo y de gestión para resolverlos que sea más global y que incentive la solidaridad, empatía y, sobre todo, la generosidad entre los distintos actores, públicos y privados, para que el impacto negativo que podamos tener sea el menor posible.
No es momento de egoísmos, de hacer la guerra cada uno por su lado para salir del atolladero lo más rápido posible sin importar lo que le pueda pasar al vecino o al país que está en las antípodas. Nos estamos dando cuenta que situaciones que impactan directa y negativamente en un territorio, llegan a otras muchas partes del mundo rapidísimamente, como una ola gigantesca producida por un tsunami.
La duda que tengo es que si la clase dirigente en general que maneja el mundo tiene la capacidad para pensar de esta manera tan desprendida y si realmente van a ser capaces de quitarse ese gorro localista, cortoplacista y táctico que es por lo que creen que son valorados y pensar en grande.
Tampoco creo que las actuales organizaciones supranacionales creadas en determinados momentos para abordar otro tipo de problemas sean las más adecuadas para liderar esta catarsis que se está produciendo en nuestro planeta. Legitimidad podrían tener, pero me temo que su grado de burocracia y su falta de agilidad para afrontar los nuevos retos, se les quede como algo imposible de superar. Pensaría más en alguna nueva organización de nueva creación, modo think tank, donde humanistas, pensadores, filósofos, la sociedad civil… puedan tener un mayor grado de protagonismo, fijando un marco de pensamiento y actuación distinto sobre el que construir el puzzle de soluciones. Todo desde un enfoque global y supranacional.
Sé que puede sonar quimérico, irreal e irrealizable lo que aquí estoy contando, pero simplemente pongamos sobre la mesa dos frases de una de las personas más admirables de la historia de la humanidad, Einstein: “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” y otra que es para mí todavía más destacable: “la imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo”.
Sinceramente creo que conocimiento tenemos más que suficiente para abordar los problemas actuales, lo que necesitamos es meterle una cucharada sopera de imaginación y otra de empatía social.
Por supuesto, que siempre habrá territorios, dirigentes, grupos que quieran estar al margen de este planteamiento y que seguirán apostando y viviendo en ese casposo nacionalismo antediluviano que tiende a separar, cuando lo que necesitamos ahora es estar más unidos que nunca. Será su problema. Lo ideal sería buscar la unanimidad, pero si todavía algunos se empeñan en defender su realidad paralela, lo acabarán pagando y cuando quieran reaccionar, si es que llegan a planteárselo, será demasiado tarde.
Hay que darse la oportunidad de pensar y actuar de manera diferente. Creo sinceramente que la humanidad está ante un cambio de ciclo y como tal, exige, de todos, una mirada muy diferente a la usada hasta ahora, si queremos dejar un mundo más amigable a las generaciones futuras.
Con la que tenemos por delante, todavía hay algunos iluminados que se empeñan en crear mundos y realidades paralelas. No somos capaces de gestionar el mundo real que tenemos, como para meternos en otras pajas mentales. Si utilizaran su ingenio y energía en empeños más terrenales, hasta podrían formar parte de ese think tank antes mencionado. Seguro que tendrían muchas cosas que aportar.