En el artículo de hace algunas semanas, Cánticos de Sirena, comentaba que este 2023 era un año electoral intenso en España: ahora con elecciones municipales y autonómicas (regionales) y a finales de año, con generales. Eso nos iba a someter a un bombardeo de promesas, de halagos, de dádivas interminables que con casi total seguridad se quedarán en nada llegado el momento de gobernar, fuera quien fuera el agraciado con dicha encomienda.
En estas semanas se está confirmando lo anteriormente señalado. Los candidatos están siendo especialmente hábiles y generosos en sacar de la chistera todo y más para convencernos de que él o ella es el más conveniente para nuestro bienestar. En breve, conoceremos cómo termina la primera fase de esta feria electoral.
Sin embargo, de manera “sorprendente” se han colado en la campaña dos elementos que no estaban en la escaleta de ninguno de los candidatos, quizás por estar ya medio olvidados o superados: terrorismo y racismo. No obstante, no sé si por interés partidista de unos o porque efectivamente no estaban ni superados ni olvidados, el hecho es que se han convertido en serios protagonistas de estos comicios, lo cual no es óbice para que se siga regando España de millones de euros y de promesas vacuas.
Empecemos con el primero: el terrorismo. De manera indecente y provocadora, que no ilegal, el partido independentista vasco, EH Bildu, evolución institucional de la ya extinguida banda terrorista ETA (para algunos más radicales, herederos de la misma al no haber sido capaces de condenar explícitamente sus atentados y el dolor causado durante años, con más de ochocientas muertes a sus espaldas), decidió incluir en las listas electorales a condenados por delitos de sangre y colaboradores de la mencionada banda terrorista, aludiendo que ya habían cumplido sus condenas.
Legalmente están en su derecho de incluir a dichos seres en las listas, pero en determinadas circunstancias la legalidad debe mantenerse un escalón por debajo de la moral, la sensibilidad hacia las víctimas y la decencia, aunque sólo sea por respeto a las mismas. Lo que los clásicos llamaban legitimidad.
Al margen de que, al cabo de unos días, rectificaron parcialmente su decisión y cambiaron a algunos de los condenados por asesinato por otros sin esa lacra, la manifiesta provocación de la que hicieron gala, fue el detonante de una guerra de insultos, reclamos y señalamientos entre todos los partidos.
Los de la oposición que veían dicho desatino como una perfecta arma arrojadiza contra el gobierno de coalición, tildándolos de ser una marioneta (por no usar otros términos más despectivos que se han usado en estos días), en manos de éste y otros partidos que buscan acabar con la unidad territorial de España. No les perdonan que sean su principal fiel escudero y socio aprobador de sus iniciativas legislativas.
Entre los señalados, algunos fueron más o menos taxativos en criticar esa decisión inmoral, insensible y a todas luces provocadora. Sin embargo, otros pusieron cara de póker y tiraron balones fuera, porque no les interesaba desmarcarse explícitamente de la pésima decisión que dicho partido había tomado.
Me gustaría saber cuál hubiera sido la posición de dichos olvidadizos intencionados, si en las listas se incluyeran maltratadores o violadores con condenas cumplida; ¿hubieran mirado para otro lado? Tengo clara la respuesta. Una prueba más del cinismo y tacticismo que reina en la política para conseguir o mantenerse en la poltrona; cualquier cosa vale.
No contentos con lo anterior, este fin de semana se ha producido un incidente absolutamente lamentable en un campo de fútbol en España (uno de tantos de los que se producen cada fin de semana en múltiples recintos deportivos de todo el mundo, incluido Brasil, país de nacimiento del futbolista agredido verbalmente), que ha vuelto a poner encima de la mesa el problema de la discriminación racial.
Sé que no va a sonar políticamente correcto lo que voy a decir, pero la historia de la humanidad nos ha demostrado y nos demuestra con hechos hasta nuestros días que dichos comportamientos y actitudes racistas forman parte de la esencia del ser humano: por acción u omisión, por pensamiento, por prejuicios, por deseo, por recelos, por manifestaciones explícitas, como la del domingo pasado o por sentimientos que nos vienen a la cabeza, pero que no verbalizamos. No nos engañemos ni seamos hipócritas.
Y no hablo sólo de racismo de personas de raza blanca hacía otras de diferente color de piel: se da entre todas y con todas las razas, dependiendo del lugar del planeta en el que nos encontremos. Incluso en un continente como América, con países multirraciales y con siglos de mezcolanza racial, existen esos comportamientos discriminatorios por razón de su color de piel, de su origen…, que para mí es una clara forma de racismo. Sólo voy a poner un ejemplo muy cercano: percepción que se tiene en muchos países latinoamericanos de los venezolanos que han tenido que salir de su país para no morir de hambre: ¿Cómo se les “mira”?
El caso de este fin de semana ha tenido una mayor visibilidad porque el agredido es famoso y notorio, pero la auténtica realidad es que lo sucedido es el pan nuestro de cada día y, al margen de ser absolutamente implacables en perseguir estos comportamientos con una legislación dura e irrebatible, me temo que situaciones como la vivida seguirán existiendo por los siglos de los siglos y con el creciente fenómeno migratorio tan cuestionado y perseguido en muchos países, seguirá habiendo un caldo de cultivo muy propicio para que se multipliquen estos lamentables sucesos.
Sé que todas las encuestas al respecto muestran resultados determinantes respecto al sentimiento no racista de las personas. Nadie lo va a admitir expresamente, pero creo que este pensamiento es como un iceberg: lo que se ve es sólo una sexta parte de lo que realmente tenemos escondido.
Dicho lo anterior, las palabras de un dignatario tan respetable, al menos para mí, como Lula hablando de que España es racista, me parecen fuera de lugar, si bien es cierto que es mucho más fácil ver la paja en el ojo ajeno que en el propio; alguien debería recordarle cómo han aumentado las actitudes racistas en los campos de fútbol brasileños en los últimos años, por ejemplo.
Es muy triste, pero no nos olvidemos de la frase que acuñó Thomas Hobbes hace ya más de cuatro siglos y que por una u otra razón sigue teniendo plena vigencia: homo homini lupus (el hombre es -y será- un lobo para el hombre). Esta es la realidad en la que vivimos lamentablemente.