Trabajo ideal para los “cincuentañeros” (que no cincuentones)
Alguien puede pensar que este artículo es oportunista porque coincide con un momento de cambio en mi vida profesional. Sin embargo, al margen de la realidad anterior, lo que pretendo poner en valor en este escrito es que los que ya estamos en la maravillosa etapa vital de los “50s” todavía tenemos mucho que aportar a las empresas, a los proyectos que queramos desarrollar, a los que acaban de empezar y quieren comerse el mundo con su energía, en un entorno más VUCA que nunca.
En lo físico, todavía nos queda vitalidad y mucha; en lo mental, viveza y capacidad para actuar con decisión y en lo vital, una experiencia y sabiduría para afrontar esta realidad que nos hace todavía más valiosos.
Muchos de los que están en esta década siguen desarrollando su carrera en grandes corporaciones nacionales o internacionales y pueden sentir sobre su cabeza “la espada de Damocles” que en cualquier momento puede rebanarles el cuello ante la presión de generaciones más jóvenes que con su ímpetu a veces desenfrenado pretenden correr antes de saber andar o de absurdas modas que denostan el trabajo que hacen sólo por el hecho de que son ya “mayores”. ¡Qué soberana estupidez!
Dejarse llevar por esas modas y más en un tema como el que estoy tratando, puede ser un error de tremendas consecuencias. Uno es mayor cuando le faltan las fuerzas y se siente que no tiene nada que aportar, pero no lo es simplemente porque el tercer dígito de su fecha de nacimiento comience por “6”.
Pero de la misma manera que todavía “los nuestros” tienen mucho que decir y que exigir antes de pasar a la reserva, pienso también que es el momento de plantearse la vida profesional de una manera diferente, independientemente de que dicha vida sea dentro de una organización o como autónomo.
Tenemos una responsabilidad con los que nos rodean que además nos pondrá todavía más en valor ante los que dudan de nosotros. Estamos ante una oportunidad única que no debemos dejar pasar para continuar sintiéndonos importantes y útiles y que además cobra mayor relevancia en esta edad. A esta oportunidad/responsabilidad la he bautizado con el nombre “el método AECA”.
¿En qué consiste dicho método? Es un sistema de trabajo que se desarrolla en cuatro grandes áreas que se ven reflejadas en el acrónimo AECA: Aprender, Enseñar, Crear y Ayudar. Aunque son cuatro verbos que no necesitan mucha explicación voy a intentar desarrollar brevemente cada uno de ellos:
• Aprender: si bien el término capacitación continua forma parte del “mantra” habitual de todas las compañías, muchas veces se cae en la absurda inconsistencia de que dicho aprendizaje debe recaer fundamentalmente en los más jóvenes que son los llamados a perpetuar el negocio.
Es una reflexión absurda, pero cierta, e incluso abrazada por los más longevos. Craso error. Las ganas de aprender deben formar parte de nuestro quehacer diario mientras queramos mantenernos activos y vigentes en lo profesional y nos ayudará a estar “en la misma longitud de onda” que las generaciones que nos siguen. Aprender es sinónimo de inquietud y curiosidad; dos términos que nunca deben desaparecer de nuestra vida.
• Enseñar: guardarnos todo lo vivido en cada uno de los años trabajados y no compartirlo con compañeros y profesionales que se integran al mundo del trabajo, estudiantes…, es egoísta y algo que como seres humanos no podemos admitir. Compartamos nuestra experiencia, nuestro conocimiento.
Ayudemos a que el resto esté más preparado y sea más capaz para resolver los problemas de su día a día. Esa necesidad de enseñar es todavía más capital en una situación como la actual. No sólo las personas con vocación de docentes (profesores), pueden enseñar.
Podrán hacerlo en algo capital: la teoría, el conocimiento sobre el que se construye nuestra actividad, pero eso es tan válido, como enseñar la realidad con la que nos hemos enfrentado o nos enfrentamos cada día: enseñar la experiencia. El binomio conocimiento-expertise es lo mejor que podemos aportar a los que nos siguen si queremos que sean exitosos.
• Crear: quizás sea la acepción más amplia. En este término incluiría desde lanzarnos a montar un negocio que siempre nos ha estado rondando la cabeza y que nunca nos hemos atrevido a explorar por pereza, falta de tiempo o de recursos, hasta completar nuestro desarrollo intelectual escribiendo, pintando, diseñando, interpretando, cantando.
Muchos de vosotros pensaréis que tener capacidad para llevar a cabo alguna o varias de estas actividades no es tan fácil y sólo algunos tienen esas “habilidades”. Quizás sí, pero el solo hecho de planteárselo e intentarlo ya es un paso que hay que valorar y que nos dará grandes satisfacciones.
No estoy hablando de ser García Márquez, Picasso, Lola Herrera, Van der Rohe o Balenciaga. Simplemente darnos la oportunidad de cubrir esa faceta artística que todos llevamos dentro y que por vergüenza no nos atrevemos a potenciar. Os aviso, como lo intentéis, es adictiva. Juguemos a ser creadores
• Ayudar: es el momento de poner nuestro conocimiento, de manera altruista o remunerada, al servicio de las ideas, proyectos que quieran desarrollar terceros. Nuestro punto de vista es fundamental y muy complementario al que puedan tener personas con veinte años menos.
Nosotros habremos pasado y, varias veces, por situaciones que para ellos son novedosas y que pueden llevar a que se atasquen y abandonen el proyecto por no saber afrontarlas o que tomen decisiones erróneas que echen por tierra ideas brillantes, porque una cosa es cierta, brillantez entra los más jóvenes hay y mucha. Toca ayudarles a encauzarla. Con humildad, empatía y cercanía completemos aquello que les puede faltar a otros profesionales.
A estas cuatro tareas, esté donde esté, es a lo que me quiero dedicar en este momento de mi vida profesional. Me veo, como tantos otros, con las ganas de hacerlo. Son tareas que se complementan, se alimentan unas con otras y que estoy seguro me van a proporcionar una satisfacción personal tremenda. Es mi aspiración y a ella animo “a los de mi quinta”. No nos sintamos inválidos para nada, aunque algunos se empeñen en apartarnos. Todavía tenemos mucho recorrido para dar y recibir.
Los “cincuentañeros” todavía estamos muy vigentes y aquellos que presumen que en sus organizaciones una gran parte de su plantilla está entre los treinta y treinta y cinco años como muestra de su modernidad y actualidad en la manera de afrontar el negocio, les diría que no se olviden de poner también en el lugar que corresponde uno de los activos capitales con los que cuentan: las canas.
No hay sólo que alardear de juventud y despreciar la experiencia.
Las organizaciones y los clientes necesitan de la frescura de los jóvenes y de la sabiduría de los que hemos pasado por una y mil batallas. Que a nadie se le olvide.