Aproveché la jornada de reflexión previa a las elecciones generales que se celebraton el 23 de julio en España, para dar mi punto de vista sobre lo que ha sido una de las campañas electorales más penosas que se han celebrado en los últimos años. Muestra fehaciente de la mediocridad de los partidos y sus dirigentes
¿Por qué creo que ha sido nefasta la campaña? Siempre he entendido que estos procesos previos a cualquier contienda electoral, deberían ser momentos propositivos; los políticos que defienden unos u otros colores tendrían que ser capaces de mostrar sus cartas y explicarnos qué es lo que pretenden llevar a cabo con el mayor grado de certeza y sabiendo que formamos parte de una organización supraestatal que puede condicionar y de hecho condiciona, alguna de las políticas o medidas que les gustaría implementar. Esto último, formar parte de la UE, se cuestiona por organizaciones en los extremos del arco político, con el fin de defender algunas de los puntos de su programa electoral, algo bien absurdo porque guste más o menos, de ese club no vamos a salir, ni nos conviene salir tampoco.
Pues bien, estas semanas se han caracterizado por todo lo contrario y salvo alguna excepción puntual donde hemos pudimos conocer “residualmente” quién haría qué, la gran mayoría de los mensajes fueron recriminatorios, acusatorios y buscando más el error del contrario, que las bondades de lo que el suyo propio puede ofrecer.
El término que más se ha usado con mucha diferencia es: MENTIRA (o bulo, falsedad, engaño) y eso implica una acusación al que tienes enfrente. La estrategia perseguida por todos sin excepción ha sido desacreditar al contrario.
Ante esas acusaciones y como fórmula de defensa, el agredido hablaba de: “no miento, cambio de opinión por las circunstancias” o “no miento, lo que puede pasar es que los datos que he dado son inexactos” o incluso un día decir una cosa y al día siguiente lo contrario o bien ciertas afirmaciones se matizan en función del lugar y la audiencia a la que se dirigen. Cuando periodistas o personas en general les recuerdan ciertas decisiones, reflexiones lanzadas, argumentaciones, datos esbozados que, o son falsos o chocan con lo dicho en su momento, no les queda más remedio que recular y sin sonrojarse por el ridículo manifiesto en el que caen, buscan artimañas lingüísticas. Así es su ADN: poker face.
Evidentemente, esos eufemismos utilizados como defensa no ocultan una doble realidad que hay detrás de los mismos: en unos casos, ignorancia de lo que hablan, en otros pensar que el público al que intentan cautivar se mueve en el mismo nivel de mediocridad que ellos o lo que es lo mismo, aplicar el famoso refrán: “donde dije digo, ahora digo Diego”.
Sinceramente, no entiendo esta estrategia porque, al menos desde mi sentido común, con ello no logras cautivar ni sumar un voto de aquellos que pueden estar en el territorio de la indefinición o indecisión. Creo que solo logran reafirmarse ante los suyos. Aquellos a los que ya tienen convencidos; como si el hecho de gritar más y peor sobre el otro o los otros les diera una ventaja cualitativa o moral previa a las elecciones.
A esto hay que añadir que la situación se ha radicalizado tanto, que ni siquiera los medios de comunicación (a los serios me refiero y no a los múltiples panfletos, de una u otra índole que han aparecido en los últimos años y que son vergonzantes en un país que presume de democráticamente avanzado), han sido capaces de obligarles a cambiar el discurso y se han limitado a dar mayor resonancia a los reproches vertidos sobre sus adversarios por parte de sus candidatos. El cada vez más denostado y cuestionable cuarto poder ha brillado por su ausencia más que nunca.
El escenario que se vislumbra es bastante incierto. La realidad política en España es compleja, plural (punto muy importante que cuesta ser entendido por un gran número de votantes que cierran los ojos ante esta realidad evidente) y cada vez más dividida y menos dialogante.
No hay posibilidad de diálogo cuando las acusaciones de mentir son el único argumentario utilizado. Alguien debería dar el primer paso y tender la mano para ser capaces de dejar a un lado todas las rencillas existentes y así evitar las tropelías antediluvianas o ridículas defendidas en muchas ocasiones por los partidos más extremistas. De lo contrario, avanzar en momentos tan complicados como los actuales, va a ser muy complicado.
Eso es lo que han logrado nuestros representantes.
Como dicen los toreros: “¡que Dios reparta suerte!”