El saldo de las protestas es catastrófico: pérdidas de vidas humanas, marchantes y agentes de la fuerza pública heridos, actividad económica afectada, jornadas escolares trastocadas, cuantiosas pérdidas de bienes públicos y privados. Las protestas se salieron de control, y nuevamente vivimos bajo la sombrilla de la polarización. La zozobra es permanente, y la produce no solo la afectación en la vida cotidiana de todos los ciudadanos, sino la incertidumbre sobre el desarrollo del paro y lo que es más grave, del país.
La motivación de los marchantes no fue uniforme. Se oyeron diversos motivos, desde la corrupción hasta el equilibrio ecológico pasando por la reforma pensional y el fracking. En últimas, motivos para protestar todos tenemos, y lo que se vio, fue una amalgama de reclamos muchos de los cuales fueron erróneamente dirigidos contra el gobierno. Nadie puede negar que a pesar de que en comparación con la región, Colombia presenta mejores indicadores, seguimos siendo un país muy desigual, en el que aún nacen personas que morirán tan pobres como nacieron, porque el Estado no llega a todas partes, porque los recursos son deficitarios y además, se los roban.
Esa es Colombia, y ha sido así, lastimosamente, siempre. La pregunta es, si las demandas de un pueblo que se expresa en contra de eso y de muchas cosas más, debe terminar necesariamente en esta Conversación Nacional, porque el Gobierno lleva 15 meses de ejercicio, y no podrá ni cediendo la agenda completa a la voluntad del Comité Nacional del Paro, solucionar problemas estructurales en el corto plazo. Quedan entonces, las peticiones que el gobierno sí puede atender, entre otras, el retiro de la reforma tributaria, la no presentación de la reforma pensional y laboral, la derogatoria del Decreto sobre el holding financiero, y la reforma al Plan Nacional de Desarrollo.
Ante esto, ¿Cómo debe tramitar el gobierno estas peticiones sin perder más gobernabilidad? ¿ Cuál es límite entre el diálogo democrático y el cambio de programa de un gobierno elegido por la mayoría? ¿Cuál puede ser un resultado exitoso en este proceso de diálogo? Es que recordemos que en las elecciones presidenciales pasadas, se escogió un modelo político y las diferencias entre un país gobernado por Iván Duque o por Gustavo Petro no eran menores, y democráticamente se escogió el modelo Duque.
Duque es un presidente impopular, al que parece que todo le sale mal, que está aislado y solitario. Está atrapado en las fauces de la opinión pública que a su vez está atrapada por la manipulación de un sector político que no aceptó su derrota en las urnas. Una cosa son las aspiraciones legítimas de los ciudadanos por un mejor país, que sin duda deben ser escuchadas y otra son los intereses, ya no tan velados, de quienes se han propuesto no dejarlo gobernar, y lastimosamente, en este movimiento, los primeros sirvieron de idiotas útiles a los segundos, y el precio lo pagaremos todos.
Muy difícil el reto que afronta el gobierno y muy alta la responsabilidad que tiene de conducir estos diálogos sin hipotecar el presente y futuro de los colombianos. Duquistas y anti-duquistas coinciden en que el país no se siente gobernado, tal vez porque al tratar de desligarse del radicalismo de su mentor, Duque ha asumido posiciones intermedias y el país está pidiendo contundencia. Que no le falte contundencia en este proceso de Conversación Nacional, porque de lo contrario estaremos abocados a ver al gobierno adoptar medidas populistas para salir indemne del proceso y ese cheque lo pagamos todos. Que la mesa de diálogo se haya levantado por la presencia de los empresarios en ella dice mucho de los intereses de sus integrantes. Este país es de todos, no solo de quienes opten por paralizarlo por hacerse oír.