Virtualidad: de prejuicio a paradigma
Debo confesar que esta columna me trae un conflicto de interés, pero escribirla bien lo amerita.
Como rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia Unad me referiré a un hecho inédito, un referente para la educación superior que contribuye a erradicar un prejuicio que mucho daño ha hecho a la educación abierta, virtual y a distancia.
Por primera vez, el Ministerio de Educación, como producto de una valoración técnica de pares nacionales y extranjeros del Consejo Nacional de Acreditación CNA, dio la acreditación institucional de alta calidad a la Unad.
Aunque la acreditación es un proceso muy exigente, otorgarla no es algo nuevo. Una de cada cinco instituciones de educación superior ha alcanzado este logro. Pero para quienes estamos en la educación superior, la acreditación institucional es un hito histórico, sobre todo porque fomenta la cobertura educativa, con calidad, y ayuda a elevar los niveles de formación y de productividad del país.
No digo esto porque la Unad sea la universidad pública más joven en acreditarse (va para 41 años), la que cubre más de 90% de municipios, o porque es la que más estudiantes tiene (supera los 170.000, y en el último año, con pandemia, subió en 16.000). Lo digo porque es la primera que lo logra sin programas presenciales y solo especializándose en formación abierta, virtual y a distancia.
Esto significa que, en contravía de un prejuicio de académicos formados a la vieja usanza, la educación virtual sí es de alta calidad, y asegura formación integral y desempeño profesional en iguales o mejores condiciones que la formación presencial.
Quienes defendemos la educación a distancia hemos visto cómo esta ha sido vilipendiada por años. Se dijo que era educación pobre para pobres porque inició con educación radiofónica y con trabajos enviados por correo físico, porque nació para ayudar al acceso de miles de colombianos sin recursos o condiciones para ir hasta las tradicionales universidades presenciales, muchas de ellas privadas y de muy alto costo, o a las públicas con limitados cupos.
El tiempo da la razón, y la pandemia ayudó a ello. Tras el confinamiento, profesores y estudiantes presenciales hallaron en la virtualidad escenarios inimaginados y desafiantes, pese a que desde antes ya se advertía que esto pasaría. El internet y la tecnología comenzaron a marcar la necesaria renovación de la formación únicamente en el aula de clases, con horarios fijos y libretos rígidos de los profesores.
De la mano de la virtualidad se ha llegado a una educación de masas, con calidad, a favor de la productividad, la tributación, la convivencia y la estima social. Cuando nació la Unad, el acceso a la educación superior escasamente llegaba a 5% de la población. Hoy supera 50%. La Unad ha apalancado la educación, con calidad, de poblaciones vulnerables, indígenas, campesinos, reclusos, militares, colombianos en el extranjero y adultos mayores, y también es cierto que cada día tiene mayor matrícula de jóvenes en grandes ciudades y de estratos medios y altos, que sienten que la plena formación presencial no responde al mundo que se mueve en la digitalidad, el diálogo global y los múltiples escenarios, como el ahora disruptivo metaverso.
¡Bienvenida la educación virtual! Que nació prejuiciada, y que con el tiempo se constituye en un paradigma que dominará el escenario formativo por décadas.