En la antigua Roma, un mendigo se topó en las calles con el emperador y le pidió unas monedas. El emperador se niega y le dice: “No, te haré lugarteniente en mi ejército”. El mendigo se asusta y corre despavorido. Semanas después, el mendigo se encuentra de nuevo al emperador y le vuelve a pedir unas monedas, nuevamente el emperador le dice que lo hará lugarteniente de su ejército, el mendigo le dice que él solo necesita unas monedas, que no es necesario que el emperador se complique la vida, a lo que el emperador responde: “Jamás te daré unas monedas, porque tu pides como mendigo, pero yo doy como emperador”. En estas palabras, encontramos la esencia del capitalismo de libre mercado: un sistema que no ofrece limosnas, sino oportunidades.
El papel del Estado como proveedor de soluciones a los problemas cotidianos se ha convertido en una constante en el discurso público. Desde subsidios para la factura eléctrica hasta financiamiento para la producción cultural, la lista de peticiones hacia el Estado parece interminable. La visión del Estado como un salvador omnipotente evidencia una desconexión profunda de los ciudadanos con el principio de la libertad, autosuficiencia y la responsabilidad individual.
El capitalismo, bien entendido, no se trata de la acumulación desmedida de riquezas por unos pocos, sino de la libertad de todos para alcanzar su máximo potencial. El capitalismo no es una persona que te da, sino, la libertad para que tú mismo lo puedas lograr. En Colombia, el Estado ha trascendido su rol de árbitro imparcial. En lugar de asegurar un marco legal equitativo, donde la seguridad y la justicia sean las garantías para el desarrollo de la libre empresa, se ha convertido en competidor, diseñando las reglas a su favor y creando una dependencia insalubre en la población. Esta dinámica debilita el tejido social, fomentando una cultura de dependencia, en lugar de una de emprendimiento y autosuficiencia.
Es crucial revaluar nuestra relación con el Estado y reafirmar la importancia del libre mercado como el verdadero motor del progreso. Debemos abogar por un entorno donde la iniciativa individual y la innovación sean las fuerzas que guíen nuestra economía. Donde cada colombiano aspire a más que convertirse en un dependiente de la maquinaria estatal, sino en un emprendedor, un creador, un innovador.
El Estado debe retomar su papel como facilitador, eliminando obstáculos y fomentando un entorno donde la competencia justa sea la norma. Debe cultivar un sistema donde los méritos y el esfuerzo personal definen el éxito, no la capacidad de solicitar favores o subsidios gubernamentales. En lugar de regular y planificar, el Estado debe garantizar la libertad.
La verdadera prosperidad y la auténtica libertad, no vendrán de un Estado paternalista que intenta ser el arquitecto de cada aspecto de nuestras vidas. Vendrá cuando las personas tengan la libertad de perseguir sus sueños, de caer y levantarse, aprendiendo de sus errores y celebrando sus éxitos. Solo en un sistema real de libre mercado, donde la libertad y la responsabilidad individual sean los pilares, podremos alcanzar nuestro máximo potencial y construir una sociedad más próspera y justa. Solo la libertad es el camino a nuestra mejor versión, es la única garantía que puede llevar a Colombia a su mejor versión.