Buscando reseñar la trascendencia de la figura presidencial en Colombia, pude constatar que, exceptuando a Ernesto Samper, la mayoría de gobernantes, ha sabido respetar y dignificar la imagen presidencial y sus valores democráticos, incluso por encima de diferencias y arraigadas ideologías políticas.
La figura presidencial representa a todo el país. Ser presidente conlleva una condición que exige categoría humana, buen nivel cultural y preparación académica. También supone el conocimiento y vivencia de la cortesía, la amabilidad, el protocolo local y universal, maneras que, por ahora no pertenecen a ninguna ideología.
Ser de izquierda, centro o derecha no supone escudo para vivir la impuntualidad, el desorden, y la falta de garbo, actitudes obligadas para el que sabe estar en cada ocasión.
Está claro que el Presidente debe tener la capacidad de llevar y responder a una agenda de trabajo superior al promedio de los funcionarios públicos. La figura presidencial ha sido sinónimo de propósito, voluntad y esfuerzo, no de aplazamientos, cancelaciones y excusas, que rayan con la falta de educación. El derroche de eventos programados y no realizados es irrespeto al tiempo y esfuerzo de muchos colombianos que en este primer año se han quedado esperando.
La manera de ser de un presidente puede generar apego o rechazo; patriotismo o indiferencia; admiración o antipatía. Pero por encima de estas circunstancias el Presidente debe dar ejemplo de buena educación y esto no puede depender de las corrientes ideológicas y orígenes políticos. La representación de la figura presidencial va más allá del debate político y no debe quedarse en desplantes, negaciones, divisiones, comentarios con odio e imprecisiones en los medios de comunicación y redes sociales que usa.
En diferentes regímenes políticos, con más evidencia en una democracia como la nuestra, la figura presidencial se relaciona con sentimientos paternalistas de ayuda, cuidado y cariño. El presidente debe ser capaz de inspirar confianza en su mismo Gobierno y entre todos los ciudadanos. Esto no sólo se logra con buenos resultados en materia económica, también se alcanza con su temple, voluntad sincera y capacidad de unir y congregar.
Por decirlo de alguna manera, en nuestra actual y tropical democracia, es la emotividad, no la convicción, la que genera aceptación o rechazo al líder. En esta dinámica, el presidente ha demostrado su debilidad incumpliendo en decenas de ocasiones, con citas, eventos y reuniones importantes desde el mismo momento de su posesión.
En los primeros meses de gobierno la mayoría de los presidentes han gozado de buena imagen, periodo conocido como “luna de miel”. Pero el actual va en descenso y hoy su desfavorabilidad es superior a 60%, lo que suscita que la figura presidencial sufra una degradación sin precedentes. La visión negativa del panorama político resalta por los vicios de intrigas, mentiras, desplantes y corrupción. En menos de un año ha cambiado 11 de sus 18 ministros.
Por desgracia, las prioridades del país se van extraviando por las ramas. Las cábalas, con las reformas que testarudamente intentan perfilar, más una pobre gestión y ejecución de recursos, indican que el país no va bien. El Presidente debe buscar con afanosa necesidad y celo, que el liderazgo de su cargo refuerce el consenso social para responder a las necesidades de los ciudadanos, garantizar la seguridad y la permanencia de un programa económico, social y empresarial de crecimiento.
Este primer año, marcado por las pocas exigencias físicas, mentales y morales, debe cambiar; responder con hechos y realizaciones, menos discursos, menos imitaciones del viejo sistema cubano y chavista, so pena de condicionar el futuro del país a un frágil presidencialismo mediático, demagogo, improvisando en todos los escenarios y lógicamente sin políticas de Estado ni respuestas a las necesidades que reclaman sus mismos votantes.
A un año del inicio de su Gobierno está claro que la laboriosidad, la puntualidad y el orden no son parte de su estilo y que el mal ejemplo podría afectar a sus cercanos y asociados del llamado Pacto Histórico y no sólo por la falta de apoyo en el Congreso y en las calles.
En perjuicio de todos, no quisiéramos aceptar que la permanencia equivocada de un gobernante equivocado pueda cambiar fácilmente el rumbo de una Nación próspera como la nuestra.