Mientras algunos jóvenes de hoy, mujeres y hombres de menos de 35 años, sin conocer la verdad histórica, sin memoria de dolor, sin ideóloga y sin Dios se convierten en caldo de cultivo para el resurgimiento de infecciones sociales como el socialismo, progresismo, ideología de género, secularización, y lucha violenta, muchos otros, más conscientes y acertados, viven, estudian y trabajan construyendo presente y futuro mejor.
Así quedó demostrado en la reciente Jornada Mundial de la Juventud, convocada por el papa Francisco en Lisboa. Allí, más de un millón y medio de jóvenes de los cinco continentes se llenaron de fe, contagiosa alegría y esperanza.
Los organizadores también confirmaron que no menos de 20 millones de fieles siguieron las transmisiones en directo, ofrecidas con traducción simultánea a través de medios de comunicación y plataformas digitales en más de 120 países. Más de 5.000 periodistas cubrieron el magno evento.
Previo a la vigilia de la misa de clausura, celebrada por el papa Francisco, en la explanada del “campo de gracia”, 2.000 sacerdotes estuvieron confesando en múltiples idiomas. Posterior a la celebración, cientos de jóvenes expresaron su deseo de iniciar el camino de discernimiento para el sacerdocio y centenares de jóvenes mujeres para la vida consagrada.
Silencios de meditación, lágrimas y aplausos, fueron expresiones durante este festival de juventud que, sin soslayar la realidad de nuestra religión católica inmersa en el mundo, pareciese misteriosamente indeformable por ellos.
La JMJ ha sido no solo uno de esos signos del resurgimiento de la vida futura para la iglesia católica, sino el evento más concurrido del año en el mundo; no ha habido un espectáculo musical, cultural o deportivo, que haya conglomerado para un mismo fin, tantas personas en un solo sitio y tras varios días y noches de programación comunitaria.
El papa invitó a los jóvenes a “no resignarse ante la injusticia del mundo, a defender la paz, a mantener el mundo siempre habitable y a dar el sí a Cristo como centro y realización de la felicidad”. Jóvenes “centinelas del mañana” que nunca habían estado tan atacados desde todos los frentes: físicos, morales, mentales, incluso en su religiosidad ante el creciente relativismo y la permisividad de leyes como el aborto, el consumo de drogas, y la perturbación sobre su género, lo que ha potencializado el suicidio, el homosexualismo y sexo sin control.
Pareciese difícil pero no imposible encontrar de nuevo los valores cristianos que han fundamentado la mayoría de los países de occidente y sus instituciones, pero la respuesta de la juventud pensante ha sido extraordinaria. Los cientos de miles de asistentes adquirieron compromisos serios con su religiosidad, dándole respeto a la tradición, a lo bueno del pasado y a ser fieles al Evangelio; a valorar la riqueza espiritual de la Iglesia con propuestas y respuestas a los males del mundo; a “una iglesia que va al encuentro de todos y acoge a todos, pero no a todo”.
Fue un evento colosal al que se debió dar el despliegue informativo merecido. Pero no sorprende que, ante la ignorancia y el rechazo a la religión, este encuentro haya sido poco o nada difundido por los grandes medios de comunicación en Colombia.
Un rechazo que también ocurre en el sector educativo, donde es necesario deshacerse de esa insistente deformación de odio y resentimiento con la que la educación pública ha permeado la juventud y la niñez. El intento miserable por separarlos de sus creencias y religiosidad los obligará a aprender y a creer que la transmisión de la fe debe ser desde y para la niñez. Así lo indica la historia, basta con reconocer la huella positiva que la formación cristianan ha dejado en la juventud, tanto en escuelas y parroquias como en los hogares con una educación de calidad que parte del valor y la dignidad del ser humano, libre y racional, sin fundamentalismos ni ideologías de esclavos.
Eventos extraordinarios como la JMJ, -la primera fue en 1984 y convocada por san Juan Pablo II- son inspiración de un espíritu supremo que busca el bienestar y la concordia en el mundo. El papa Francisco resumía el incuestionable acierto de la Jornada de Portugal con esta sugerente invitación: “El que tenga oídos que oiga y el que tenga ojos que vea. Esperemos que el mundo escuche esta JMJ y el avanzar de la belleza de los jóvenes”.