Este Gobierno intenta reformar la política, las condiciones laborales, el sistema de salud, la seguridad, la educación, el ordenamiento general del país, el modelo social y todo lo que se le ocurre. Este es su empreño buscando imponer una ideología arcaica y fallida de socialismo y esclavitud.
Muchos han permitido la creación de una nueva casta política que se define y se arrastra según sus propios intereses. El despotismo y el “de malas” se van metiendo en la vida cotidiana sin valorar los frutos venenosos que en el corto plazo estaremos cosechando.
Podemos referenciar sobradamente con la fría estadística, y con los números que acompañan una evaluación económica y social, el por qué vivimos momentos aciagos, pero es tan o más preocupante hacer referencia a que estamos frente a una auténtica epidemia de salud mental, ansiedad y angustia. No podemos acostumbrarnos a las frecuentes declaraciones y comportamientos tóxicos que exponen y con los que viven muchos de los altos funcionarios de este Gobierno, que sin ningún pudor, arrebatan la esperanza y el buen ánimo.
La permanente y dañina, por no decir perversa acomodación a las condiciones del relativismo y la secularización, nos generan una sensación de fracaso. También sacude el alma la imposición de la ideología de género, la deformación de la escala de valores, la narrativa vengativa y resentida de muchos de los anti líderes que han resultado tras la escogencia de un gobierno socialista apegado al marxismo.
Peor aún la complacencia con los delincuentes y la errada búsqueda de una paz total basada en la impunidad, el nivelar a los hampones con la fuerza pública, y el permitir un lenguaje de eufemismos para tolerar el delito.
La manifiesta preocupación política por ofrecer cambios y reformas, nunca incluyó la transformación requerida para fortalecer la dignidad humana y menos la familia. Se promueven los hogares disfuncionales y también la educación sin Dios y sin ley. En la niñez y posterior adolescencia, se dice que es imperativo el buscar líderes inspiradores y modelos sociales para imitar, pero ninguno de los dos supuestos han sido importantes o posibles en este Gobierno.
Se promulgan incontables derechos pero no se exige el cumplimiento de los escasos deberes. Nos limitamos a escuchar que es de buen corazón o de generosa alma aceptar las políticas de “inclusión” de los diferentes, o del “perdón y olvido” para delincuentes y se han olvidado del principio supremo, de que la misericordia y el perdón se dan a quienes con humildad imploran, se arrepienten y se convierten.
Está claro que el ser humano siempre ha buscado el poder sobrenatural, tal vez con más decisión o fe cuando hay sufrimiento en su alma o en su cuerpo. Vemos que el orden de la naturaleza, desde el inicio de los tiempos, se cancela y va quedando al simple capricho de las nuevas generaciones que al renunciar al uso de la razón terminan en imposiciones emocionales.
Estamos en un momento inédito. Los consejos dulzones y melosos ya no calan en la mente de nadie. Hay que volver a las raíces que han moldeado el alma, a la lucha constante por distinguir el bien del mal, a conocer, querer y respetar a un Dios generoso, misericordioso e implacable.
En la historia reciente de la humanidad ya hemos visto que las ideologías se quedan a mitad de camino. Sólo la fuerza espiritual, unida a la potencia humana, ofrece respuestas completas al ansia de nuestra alma por buscar y alcanzar paz, armonía y tranquilidad.