La ruptura de la regla fiscal con un déficit del 7.8% del PIB; el crecimiento de la deuda publica por encima del 21%; el aumento del déficit comercial y de balanza de pagos; el desempleo cercano al 16% … y así, otros importantes indicadores económicos están en caída o en rojo. La pandemia a hecho y desecho, ahora urge recomponer y enderezar lo posible sin más dilaciones.
El dinero público para mantener las ayudas y los subsidios a los ciudadanos y empresas más afectadas ha sido visiblemente generoso, como nunca antes.
No podemos olvidar que millones de colombianos y un número incontable de empresas, generadoras de valor en la economía, han recibido ayudas del Gobierno para poder seguir a flote.
En esta encrucijada que enfrenta el Gobierno, se debería disponer de un mejor sistema de comunicación y pedagogía popular. La preparación de la reforma fiscal merecía o merece un proceso comunicativo claro, sensitivo y oportuno. Los vacíos dejados por el Gobierno han sido llenados hasta por el viejo grito: el pueblo unido jamás será vencido.
El virus obliga a centrar y gestionar los problemas de forma tangible y eficiente, tratando de separar las influencias ideologías de las necesidades reales y urgentes de los colombianos.
La reforma propuesta al Congreso no es redentora, pero sí responde a urgentes necesidades del país que desde el gobierno Santos rompieron con el buen curso de la finanzas del Estado. El derroche burocrático y fiestero del Nobel de paz, más la crisis de la pandemia, se tienen que pagar de algún modo.
Es una obligación de los congresistas buscar y encontrar consensos para una reforma de urgente transito. La pandemia llego de improvisto, sin ser culpa de nadie y de igual forma se ha enfrentado de todas las formas y en todos los niveles sociales, por eso estamos seguros que la sana discusión de la reforma debe mirar con atención los aspectos técnicos y sus consecuencias sociales a mediano plazo.
El Congreso, en su inherente ejercicio de la democracia, está en la obligación de debatir la reducción del gasto del Gobierno, su eficacia, transformación y eficiencia. El aprovechamieno de los recursos del Estado y la lucha contra la burocracia. Todo esto supone un ahorro importante. Igual atención merecen los programas de transparencia y las normas transitorias que deben regular los planes de gasto en programas sociales y así no terminar en asistencialismo estatal y clientalista que tanto daño le hace a la libertad de elegir en una democracia.
No es el momento de la lucha ideológica, grupal y mezquina entre los que buscan el mejor partidor para las elecciones del 2022. Debemos apoyar las iniciativas responsables y rechazar enfáticamente las pretensiones de quienes pregonan protestas violentas, revueltas y vandalismo, actos anti democráticos que siembran más odio y profundizan los problemas.
Esta crisis puede ser un buen momento para desenmascarar y conocer la verdadera fibra e intereses de los gobernantes de turno. Seguramente si hubiéramos vivido estos tiempos aciagos antes de las últimas elecciones, los colombianos no hubieramos elegido algunos mediocres congresistas, gobernantes departamentales y municipales que hoy ocupan esos cargos sin mayor compromiso por el bien común.
La economía también esta ligada a la vida y a la muerte. Las recesiones matan, no de una vez como el virus, sino lentamente por la escasez de recursos, de manera que, ante una decisión potencialmente compleja como esta, lo mas sensato será apelar a la solidaridad y al buen sentido de país, sin dilatar soluciones y sin echar más leña al fuego.