Analistas 15/12/2022

Una guerra rápida

Javier Arenas Romero
Director Harmex S.A.

Sin mayor trascendencia, no por la gravedad de los hechos, sino por nuestro desconocimiento de la vida y funcionamiento interno de una fuerza como la Policía Nacional de Colombia, el presidente Petro, sin disparar un solo proyectil, como en otros tiempos, dio de baja, llamando a calificar servicios, a 25 de los 31 generales que comandaban nuestra respetada Policía. Igualmente procedió contra más de 90 oficiales de alto rango de las Fuerzas Armadas. Fue una guerra rápida, porque seguramente, este resultado no lo hubiese logrado ninguna organización insurgente en el campo de batalla.

Camuflado en la figura discrecional, logró lo impensable: materializar el futuro ficticio, pasar cuenta de cobro a los generales que, durante años, conquistaron para los colombianos las mayores victorias contra la guerrilla, el terrorismo, la delincuencia, el narcotráfico y los demás delitos que, en su momento, nos catalogaron como un país inviable.

La historia de vida de un general, por ejemplo, no se forja de un día para otro o improvisando en el camino. Desde el momento de iniciar la carrera de oficial, hasta el ascenso como brigadier general o mayor general, transcurren no menos 35 años. Largos años de formación y acción con disponibilidad absoluta, día y noche, porque el uniforme es un compromiso de vida.

Los generales de la República son académicamente profesionales y deben tener uno o dos posgrados universitarios civiles, no sólo en ciencias militares. En la cúpula de generales, no sólo de la Policía, también de las Fuerzas Armadas, se fundamenta en una compleja y desarrollada estrategia del equilibrio de la sociedad. Son la fuerza del orden, pero también con su atención social se han convertido en el primer acceso de los ciudadanos al Estado. Realidad que se evidencia en poblaciones apartadas donde el policía es referente y garantía para el ciudadano.

Todas las decisiones que se toman al interior de la policía de un país, tienen un impacto inmediato y sonoro sobre el acontecer diario de la ciudadanía y es por esto, tal vez, que al lograr enquistar la perdida de sentido en la jerarquía y en el orden de mérito en las fuerzas, los autores de tales decisiones buscan una victoria silenciosa y vengativa que afecta la institucionalidad y el sistema democrático.

De los 167.000 efectivos que componen la policía colombiana, el 81 por ciento hacen parte de la nueva generación de jóvenes colombianos, incluidas más de 30 mil mujeres, pero sólo menos del uno por ciento son los oficiales superiores, comandantes de mayor edad, con experiencia certificada quienes dirigen las fuerzas y la custodia de la potencialidad del pensamiento estratégico.

Los grados superiores en las cúpulas de las Fuerzas Armadas y de Policía, han sido en su inmensa mayoría, oficiales de orden y autoridad; de convicción permanente en la disciplina y en el profesionalismo, lo que ha fortalecido la unidad de la fuerza pública.

Quebrantar con órdenes voluntariosas y politiqueras esta infraestructura de orden y compromiso profesional, llevará a enfrentamientos internos y faltas de autoridad que a lo mínimo afectarán la confianza ciudadana en sus instituciones y en el mismo sistema democrático que deben defender las Fuerzas Armadas.

De todas formas, el rezago resultante de la salida de todos esos generales, no será fácil de recomponer. Esta decisión del nuevo gobierno rompe de inmediato la capacidad colectiva de operar, así como la acción combatiente y resistente; debilita la fuerza de investigación criminal, la ofensiva contra bandoleros y toda clase de delitos que padecen los ciudadanos.

Ya se comprende que, para el nuevo Gobierno, de corte socialista castrista, una institución como la policía y en general las Fuerzas Armadas, amparadas por la Constitución del 91, van siendo un estorbo en su estrategia de cambio, por lo que emula el plan al estilo Maduro en Venezuela, que logró debilitar la moral y la vocación de sus efectivos, mutilando a los líderes capaces de conquistar el entusiasmo de una sociedad inconforme.

Pero, hoy los tiempos en Colombia son otros, aún así el gobernante de turno debería recordar a san Agustín, quien decía: “Para crear se necesitan siglos y gigantes; para destruir, basta un enano y un segundo”.

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