Difícil entender que, en pleno siglo XXI y en este año 2022, las vergonzosas políticas populistas de corte socialista y comunista, -ya vividas y evaluadas a lo largo de la historia- tengan eco en algunas sociedades del mundo.
Las tácticas de debilitamiento que se proponen con esa doctrina se engendraron en la mente enrarecida y utópica de uno de los llamados pensadores del siglo XIX: Karl Marx, padre del comunismo moderno y el materialismo histórico, quien con su vida llena de contrasentidos, vicios y desequilibrio, logró convertirse en la mecha lenta para el detonante que acabó con el poderoso imperio Ruso en la época de los Zares, y que finalmente solo le alcanzó para incentivar revoluciones, levantamientos, masacres y asesinatos en nombre del cambio.
Un supuesto cambio que buscaba equilibrio social unificado, sin clases sociales, sin propiedad privada, legitimando el poder del Estado como abastecedor y poseedor absoluto de los medios de producción bajo estrategias llamadas socialistas, las que en el mediano plazo se transformaron en hambre y miseria.
Cuando el 9 de noviembre de 1989 cayó la cortina de hierro, el muro de Berlín, pudimos constatar de las políticas represivas y mezquinas impuestas por el gobierno comunista ruso a los alemanes de oriente que, por más de 25 años, había aplastado sus principios, moral y dignidad como sociedad.
Allí, y separados por una construcción infranqueable de hormigón y hierro, se sopesaron las diferencias entre un mundo expansivo próspero y avanzado y otro contraído, lúgubre y esclavizado. En pocos años se evidenció la necesidad de libertades personales y reconocer el libre mercado como forma de reducir la agobiante condición de pobreza comunista.
Por desgracia, parece insuficiente tanta evidencia de miseria y fracaso, nos encontramos rondando el precipicio del socialismo o del llamado nuevo socialismo, sin nada de nuevo. Se trata de un derrotero que intenta extrapolar y luego enquistar sociedades prósperas como la nuestra. De no hacer la resistencia necesaria a las dictaduras comunistas y terroristas que hoy se proponen en Iberoamérica, llegarán a tiro de piedra para quedarse por años sin término.
Será un cambio a la peor crisis económica y social, provocada por burócratas ineptos sin conocimientos del manejo de lo público, expertos en aplicar restricciones a las libertades personales y sociales y empeñados en el debilitamiento de las fuerzas del orden como en la pérdida de identidad soportada en la dictadura del relativismo y la secularización.
Avisados por la historia, y con la realidad de que el futuro ya no será como se proyectaba, debemos seguir intentado en la cultura de la confianza y el optimismo con realismo, buscando inspiración en la obra de algunos visionarios líderes del mundo, quienes en su momento lograron con valor evitar el impacto y la expansión catastrófica de las ideologías totalitarias.
Vale la pena recordar a la Primera Ministra de Inglaterra, en tiempos de la Guerra Fría, la señora Margaret Thatcher, cuando refiriéndose al momento angustiante de un mundo bipolar, aseguró: “El peor enemigo del socialismo no es el capitalismo, es la realidad”.
De igual manera, el expresidente Ronald Reagan, artífice y promotor de la caída de la cortina de acero, recordaba que: “la libertad se contrae, cuando un gobierno se expande”. Nada más oportuno.