Analistas 09/03/2023

Quemar las naves

Javier Tovar Márquez
Profesor Inalde Business School

En el escenario empresarial y estratégico es común acudir al término quemar las naves para hacer un llamado concreto y potente a nuestros equipos de trabajo hacia la ejecución de la estrategia. Quemar algo también es una metáfora que nos obliga a mirar el futuro con la valentía suficiente para no dar vuelta atrás. Sin embargo, este término también podría implicar ir por los objetivos de una manera desesperada, con poca planificación, sin establecer diálogo, en tono de guerra y sin la posibilidad de reformular la estrategia ante errores en la ejecución. Quemar las naves también puede significar la pérdida de flexibilidad en un entorno cada vez más incierto que lleva a tensiones inmanejables sobre las futuras decisiones.

La frase quemar las naves fue acuñada en la época por Hernán Cortés, quien dio la orden de quemar las naves para ir, sí o sí, a la conquista de México. La radicalidad del mensaje y del acto trajo enormes consecuencias culturales, sociales, económicas y antropológicas. Quemar las naves puede traducir la mentalidad del conquistador, aquella persona que se dedica a ignorar lo construido hasta antes de su llegada, con el fin de mostrarse como héroe o salvador. Aquel que piensa como conquistador tiene una obsesión por arrasar, despreciando en su camino factores culturales o sociales; trata de encontrar un enemigo en común, señala culpables de forma recurrente y acompaña sus decisiones con uso de la fuerza y dirige desde la imposición.

En la actualidad es común ver a muchos líderes que adoptan la mentalidad del conquistador y aplican de forma errónea el concepto de quemar las naves. Si bien esta estrategia ha llevado a CEOs, propietarios y gobernantes a obtener rápidas victorias parciales, muchas de estas decisiones han resultado perjudiciales para las organizaciones en las que sirven, en especial, en el mediano y largo plazo. El jefe conquistador no solo puede desencadenar la destrucción de la cultura, también puede generar de forma colateral una erosión en los resultados financieros y, más grave aun, en la reputación. Son rasgos de este conquistador (llámese líder empresarial, servidor público o padre de familia) confundir el liderazgo con la fuerza y que remplace el discurso que construye por la retórica populista. Logran sus objetivos, sí, encuentran adeptos, pero en el largo plazo se hace un daño, muchas veces irreversible, a los modelos de negocios y a las instituciones.

Hagamos un llamado especial esta vez a lo público. El discurso político, generalmente, es de contrastes porque se potencializa con base en los amores y odios que despiertan pasiones en la sociedad. En lo público es cada vez más común encontrar conquistadores que confunden el liderazgo con el ego, con el “aquí mando yo”. Se confunde, además, el bien común con los objetivos de partido, cuando el objetivo de lo público debe ser servir.

Cada vez que piense en términos de quemar las naves y tenga la tentación de adoptar la mentalidad del conquistador ya sea en su trabajo, con sus estudiantes, en su casa o siendo usted un alcalde, gobernador o presidente, recuerde que la vida se construye y se vive sobre probabilidades, eventos, causalidades y correlaciones. El mundo está lleno de zonas grises y para entenderlo y construir sobre lo ya construido, son cada vez más importantes y necesarios el diálogo y la comunicación. La palabra gobierno (que en principio significa pilotar un barco) es tan necesaria e importante en la dirección, que a la hora de servir y para extender velas no basta solo con los conocimientos técnicos, sino que se necesita, además, experiencia, sabiduría, rodearse de un buen equipo, escuchar más y tener mucha humildad.

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