Hace un par años, un informe publicado por el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) se pronosticó la desaparición de la banca tradicional enfocada al consumidor. El informe analizaba el proceso evolutivo que ha seguido la banca en los últimos años y la velocidad de modernización de su infrastructura tecnológicas, así como de sus portafolio de servicios a sus clientes.
En la gran mayoría de los casos, los bancos se han enfocado en actualizar sus interfaces con el consumidor para permitir un acceso simple y eficiente a través del internet, ya sea a través de sus páginas web o de aplicaciones móviles.
Aunque esta aparente modernización de la banca haya hecho la experiencia de usuario más amigable, muchos consideran que el cambio se ha quedado simplemente en lo estético, ya que tanto los modelos de negocio como la infrastructura informática que los soporta no han avanzado de manera sustancial.
En los últimos años, la inversión de capital riesgo en la industria conocida como “fintech” se ha disparado y como era de esperarse, al igual que le ha pasado a las empresas tradicionales de transporte, de alquiler de películas y a los comercios de grandes superficies, los bancos han empezado a sentir pasos de animal grande viniendo del mismísimo Sillicon Valley.
Los bancos de antaño han admitido que necesitan menos oficinas físicas pero no apuestan por eliminarlas del todo, buscando la manera de convertirlas en sitios más agradables, con una oferta de servicios no convencionales e incluso transformándolas en lugares de esparcimiento y teletrabajo.
Los competidores digitales nativos son instituciones sin el lastre del ladrillo y el cemento, cuya infrastructura tecnológica fue diseñada desde cero para operar desde los teléfonos móviles y las tarjetas. N26, Chime, Monzo y Revolut son algunos de los ejemplos de bancos digitales que aunque con diferentes modelos de operación y portafolio de servicios, coinciden en un mismo objetivo, el de atraer los clientes jóvenes que entran al mercado bancario, así como los “millennials“ que no se sienten a gusto con los bancos tradicionales.
Como ha pasado en muchos sectores, la disrupción más grande que los nuevos entrantes producen en una industria es un cambio estructural en el modelo económico, ya sea con una reducción sustancial de precios (comisiones) o con la inclusión de nuevas fuentes de ingresos.
El modelo de negocio de la banca tradicional se ha basado en aprovecharse de la diferencia de tasas de interés entre el dinero prestado (hipotecas y créditos) y el depositado (cuentas corrientes y depósitos a corto plazo), así como en el cobro de comisiones de servicio (transferencias a otros bancos, pagos electrónicos).
Los bancos digitales quieren diferenciarse eliminando las comisiones y apostándole a crecer una base de usuarios de manera rápida, a quienes en un mediano plazo pueda re-venderles productos de terceros (pólizas de seguros, fondos de inversión, etc)
Para la banca tradicional, un cambio radical para enfrentar a los nuevos jugadores no es una opción. Sus pesadas estructuras y la mentalidad clásica de sus organizaciones es un pesado lastre en una carrera donde lo mas importante es la capacidad de adaptación.
Desafortunadamente, el hecho de ser empresas con decenas de años en el mercado y miles de clientes de diferentes generaciones las forza a tener que atender los dos mundos a la vez, el tradicional y el digital, lo cual los pone en desventaja económica con respecto a los “fintechs”.