Durante el inicio de la pandemia del covid-19 fuimos testigos de un incremento desmesurado en la demanda por papel higiénico y toallas de cocina en los supermercados y tiendas de abarrotes a nivel mundial, llevando a la imposición de controles y racionamiento en la compra. El fenómeno tomó a las empresas fabricantes de productos de papel por sorpresa y generó escasez en el sector por varios meses. La incertidumbre y la amenaza subjetiva generadas por el coronavirus dispararon un comportamiento irracional que aumentaba significativamente con la edad y el número de días en confinamiento manifiesto, inicialmente, en acciones como la acumulación de papel higiénico y, posteriormente, en la compra de alcohol, desinfectantes y mascarillas.
Durante la pandemia y los períodos de cuarentena, la gente no usaba más papel higiénico, simplemente tomaron la decisión de atesorarlo como una especie de mecanismo de supervivencia, comportamiento en parte alimentado por la información que se difundía en las redes sociales de manera viral. Este cambio drástico en el patrón de demanda puso en aprietos a las cadenas de suministro y distribución de los fabricantes de estos productos que han sido optimizadas a través de los años y que no tenían la flexibilidad para reaccionar de manera adecuada a un aumento de ventas de estas proporciones. Muchos trataron de explicar la escasez basados en la creencia errónea de que la mayoría del papel higiénico se origina en China y que las interrupciones de la cadena de suministro debido al covid-19 habían provocado cortes en el suministro a nivel global, cuando en realidad países como Estados Unidos, Brasil y Colombia producen más de 80% del papel higiénico que consumen.
Coloquialmente conocemos esto como “mentalidad de rebaño”, mientras que la psicología enmarca este tipo de comportamientos como manifestaciones del síndrome de FOMO (aversión a la pérdida por sus siglas en inglés), el cual se desarrolla en una persona al ver que otros están haciendo o comprando algo y se produce una elevada sensación de ansiedad de no ser parte de algo, lo cual dispara una necesidad de comprar o consumir de manera compulsiva.
Hace unos días volvimos a ser testigos de un fenómeno similar, esta vez relacionado a las aplicaciones de mensajería instantánea, debido al anuncio que hizo Facebook (la compañía detrás de la red social que lleva ese nombre y además propietaria de WhatsApp e Instagram) sobre ciertos cambios que pretende hacer a su política de privacidad, que forzaría a los usuarios de WhatsApp a permitir que sus datos sean compartidos con Facebook. En principio, los usuarios tendrán que aceptar que WhatsApp comparta sus datos o buscarse una plataforma alternativa para “chatear”. La noticia sobre estos cambios se ha esparcido a nivel mundial y millones de usuarios de WhatsApp han empezado a desertar hacia competidores como Signal y Telegram, que aducen ser más seguros y más respetuosos de la privacidad de sus usuarios.
Una vez más somos testigos de un fenómeno de comportamiento de rebaño donde usuarios del común, sin ningún conocimiento técnico, están empezando a cambiar su comportamiento y seguir lo que hacen otros sin mayor lógica. Si hay dos conceptos que hoy en día podrían calificarse de completamente contrapuestos, son los de privacidad y redes sociales, esto sumado al hecho que a veces olvidamos y es que la mayoría de estas plataformas no nos cobran directamente por sus servicios, sino que precisamente les pagamos con ese acceso a nuestros datos, preferencias y gustos.