Ante los ojos de los académicos, empresarios, inversionistas, calificadoras de riesgo y de los mercados, Colombia es un país estable. A pesar de las potenciales amenazas, son la tradición democrática, la fortaleza institucional y el equilibrio de poderes buena parte de la base que fundamenta esa estabilidad.
Durante el último siglo, la estabilidad económica se ha reflejado, de manera irrefutable, en la estabilidad de nuestro crecimiento, nuestros precios y nuestro sistema financiero. De hecho, Colombia es líder regional en esas tres dimensiones.
Durante los últimos cien años, nuestro país experimentó caídas en su PIB solo en cuatro años: 1930 y 1931 como coletazo de la Gran Depresión, 1999 debido a la Crisis Financiera y 2020 en medio de la pandemia por covid-19. Es decir, en promedio, presenciamos contracciones económicas cada 25 años, mientras que en el resto de América Latina se presentan cada cinco años, a excepción de Argentina, donde suceden cada tres.
En materia de precios, Colombia es el país que menos episodios de hiperinflación ha tenido. Solo en un año, en 1933, la inflación cerró por encima de 40%, cuando Colombia enfrentaba la guerra contra Perú. Caso muy distinto al de países de la región con moneda propia, pues Argentina estuvo en esa situación 28 años, Brasil 22, Perú 16, Chile 10 y México 7.
La estabilidad de nuestro sistema financiero también destaca: solo en dos ocasiones hemos experimentado crisis bancarias, 1982 y 1998, mientras que países como Brasil o Argentina han presentado, en promedio, una en cada década.
Sin embargo, este país, líder en estabilidad económica, tiene una profunda crisis: la crisis del mercado de capitales. En los últimos diez años, la capitalización bursátil como proporción del PIB pasó de 53% a 23%; en otras palabras, Colombia destruyó, en tan solo una década, más de la mitad de su mercado de capitales, por lo menos en lo que tienen que ver con renta variable.
El número de emisores pasó de 72 a 61 en el mismo periodo, cuando en el boom bursátil de los 90 contábamos con más de 100. Además, no hemos tenido una emisión de acciones desde 2018 y no entra un nuevo emisor al país desde 2012.
Desde luego, un mercado que lleva diez años con caídas, que no atrae nuevos participantes y que pierde los que tiene es sinónimo de un mercado en crisis. Bajo este panorama, donde la profundidad y la liquidez es baja, surge hoy la alerta sobre la posibilidad de que nuestro mercado de renta variable sea degradado a “mercado frontera” desde la categoría de “mercado emergente” que ostenta hoy.
Pasar de la B a la C, para nuestro mercado de valores, sería devastador. Esta indeseable reclasificación, más allá de su baja probabilidad de ocurrencia, debe llamar la atención del gobierno, autoridades y participantes del mercado para que, en un trabajo coordinado, podamos mejorar la perspectiva de desarrollo del mercado y no perder potencial de crecimiento.
Eso, por supuesto, implica avanzar de manera decidida en la implementación de las recomendaciones de la Segunda Misión del Mercado de Capitales que fueron entregadas en 2019 y que no completan ni 15% de avance, así como concretar la integración regional de las bolsas de Colombia, Perú y Chile a través de Nuam Exchange. También requiere, desde luego, replantear propósitos de país que permitan incrementar el ahorro y la inversión, aspecto en el que será fundamental la educación financiera. ¡No podemos esperar más!