El mejor economista de la historia de Colombia es - sin duda - José Antonio Ocampo. Como suele ocurrir con los más grandes líderes, la majestuosidad de su hoja de vida y de su legado es solo comparable con su nobleza, empatía, sencillez y deseo genuino de promover a los que vienen detrás. La semana pasada fue lanzado el libro “Entre la academia y el servicio público”, una maravillosa publicación sobre la vida y obra de Ocampo con el inconfundible estilo de Isabel López Giraldo. La publicación cuenta, además, con un hermoso epílogo escrito por Leonardo Villar y una impecable producción editorial de Penguin Random House. A su lanzamiento asistieron funcionarios y economistas de todas las edades, de todos los gobiernos, de todas las universidades y de todas las corrientes de pensamiento. Esa capacidad de convocar, de lograr respeto y admiración incluso de quienes piensan distinto a él, es una muestra inequívoca de lo que significa Ocampo para Colombia.
Ocampo es el economista número uno de Colombia en el ranking de citaciones de Google Scholar. También aparece en las más altas posiciones del ranking de Repec, junto a Marcela Eslava y a Juan Camilo Cárdenas. No solo es profesor de la prestigiosa Universidad de Columbia en Nueva York, sino que ha sido investigador y docente invitado en muchas otras de las principales universidades del mundo. Lo anterior le ha permitido construir un incomparable prestigio académico que le significa estar invitado a los principales foros y discusiones a nivel global, siendo siempre reconocido como uno de los economistas más importantes de toda América Latina. Ha escrito más de 40 libros, algunos de los cuales son referencia obligada en la enseñanza de economía y políticas públicas en nuestro país. Como si fuera poco, integra en las academias colombianas de Historia, de Ciencias Económicas y de la Lengua.
Ocampo ha ocupado con éxito algunas de las más altas posiciones de liderazgo local e internacional. Ha sido cuatro veces miembro de gabinete, tras haber ejercido como Director del DNP, Ministro de Agricultura y dos veces Ministro de Hacienda. Fue también asesor del gobierno en asuntos cafeteros, director de la Misión Rural, Codirector del Banco de la República y director ejecutivo de Fedesarrollo. Su vocación de servicio trasciende las fronteras, habiendo sido secretario general de la Cepal y subsecretario general de la ONU, así como miembro de numerosos cuerpos consultivos a nivel global.
Ocampo es un hombre noble, bienintencionado, sencillo. Es perfeccionista, estricto y trabajador como el que más, pero divertido y cercano. Por eso quienes han trabajado a su lado no solo le profesan respeto, sino cariño. Lleva casi 50 años firmando cartas de recomendación para colombianos que se van a estudiar al exterior. Se sorprenderían los lectores de esta columna si enumero algunos de los más de cien altos funcionarios de todos los gobiernos que en algún momento fueros respaldados y promovidos por Ocampo. Tiene una sola adicción: su familia. El amor hacia su esposa Ana Lucía es interminable, siendo ella su motor y principal consejera. Sus dos hijas y su hijo son grandes profesionales y buenos seres humanos, así como sus padres.
Esta columna es un homenaje más al legado de Ocampo. En lo personal, ha sido definitivo en mi carrera, brindándome la oportunidad de ser su asistente de investigación, su profesor asistente, para luego pasar a ser su coautor de libros y ensayos académicos y su compañero de docencia en cursos compartidos. Como uno de sus más cercanos discípulos, no dejo nunca de aprender de cada conversación, de cada encuentro, de cada reflexión, de cada proyecto, porque veo en él las cosas buenas que creo tener como economista y también aquellas que siento que me hacen falta. Solo se puede afirmar tal cosa de un maestro.