Dentro de pocas horas se va a materializar finalmente la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En total, fueron tres años y medio desde el tormentoso domingo 23 de junio de 2016 cuando se conocieron los resultados de las votaciones de un referendo que, para muchos desde la óptica de hoy, nunca debió darse. 1.324 días completó el tortuoso, largo y tóxico camino. El Brexit deja una cantidad de heridas políticas, discusiones insulsas, gritos, burlas y chistes pesados dentro del Parlamento Británico y decenas de “ordeeeeer”.
El sacrificio económico de corto plazo superaría los 100.000 millones de libras esterlinas y no solamente por la multa que debe pagar Reino Unido por salirse. Se deben incluir el efecto de las compañías que trasladaron sus bases afuera de la isla ante la incertidumbre, los impuestos y turismo que se pierden, las oportunidades comerciales truncadas y finalmente el aumento en déficit de cuenta corriente.
Se abre una nueva cuenta imaginaria: el próximo 31 de diciembre es la fecha límite para cerrar el acuerdo económico con Europa, que a mi juicio suena optimista en tiempos, ya que estamos en pleno desarrollo del acuerdo comercial entre EE.UU. y China, negociaciones del Reino Unido con otras latitudes y el impacto que aún no hemos visto sobre el comercio mundial del efecto del coronavirus. Siendo pragmáticos, el acuerdo puede inclusive tomar un par de años más en ser una realidad y lo más probable es que se vaya avanzando por tipos de industria, como pasa en cualquier negociación entre partes para un tratado de libre comercio.
Los efectos colaterales del divorcio, que podrían asomarse a la vuelta de la esquina en los próximos meses son claramente dos. En primer lugar, Escocia seguirá teniendo el movimiento independentista y si eso toma mucha fuerza, eventualmente llevaría a un nuevo referendo dentro de la isla proponiendo a los ciudadanos escoceses salirse del Reino Unido para juntarse con Europa como país independiente. Este efecto puede ser devastador para el primer ministro Boris Johnson, ya que indirectamente le da oxigeno al movimiento político de los que querían quedarse dentro de la Unión Europea, que se calcula van a intentar a toda costa sabotear la implementación de los detalles del nuevo Reino Unido. En segundo lugar, se debe aterrizar, sí o sí, el tema de la frontera geográfica dentro de la isla de Irlanda. Los británicos no se pueden dar el lujo de tener una frontera imaginaria de Europa dentro de la isla sin controles migratorios físicos ni puestos de control de contrabando. Nadie en el planeta quiere revivir discusiones que supuestamente quedaron saldadas con el famoso acuerdo de viernes santo que cerró una dolorosa tregua de una larga guerra ideológica y religiosa. Sería como abrir una herida que ya había desinfectado y sanado para operar al paciente otra vez.
En general, es un panorama muy duro el que viene, especialmente para los ciudadanos nacionales del Reino Unido. La mayoría de analistas económicos proyectan una inflación alta en el corto plazo, ya que los precios de los productos importados se van a disparar. La libra esterlina puede perder valor en el mediano plazo, mientras el Banco Central Europeo, la Fed y demás organismos que fijan tasas de interés en el mundo, reacomodan los escenarios de bonos, préstamos, liquidez y movimientos de divisas. Terminó el juego, ahora viene la larga implementación del pospartido. Adiós Brexit. Good bye blue sky.