Antes de completar un año de gobierno el equipo del Pacto Histórico llegó a un punto inflexión del cual es difícil que se retorne. Lo que comenzó en campaña con expectativa, ilusión y efervescencia hoy solo es ira, dolor, señalamientos y en algunos casos remordimientos. La llama se inició desde sus orígenes. Lo que comienzan mal, termina mal, dicen las abuelas en su infinita sabiduría. Analistas políticos interpretaron de diversas formas la unión de Armando Benedetti y Roy Barreras a la campaña hace más de un año. “Caballos de Troya infiltrados” dijeron algunos. Otros los señalaron de acomodados, vendidos y otra serie de adjetivos.
Tras haber perdido las elecciones de 2018 frente a Duque en segunda vuelta, el equipo cercano a Petro en su movimiento Colombia Humana rediseñó la estrategia y abrió la puerta a otros sectores, algunos de izquierda, otros no tanto. “El pacto histórico” se trataba de armar equipo para llegar al gobierno de Colombia por intermedio de una amalgama de sabores, colores y olores políticos. Esa pizza de cien sabores podría tener más posibilidades electorales por el volumen de votos que se podían aglutinar. Se buscó incluir sectores de centro, de centro izquierda, independientes, indígenas, estudiantes y minorías abandonadas de nuestros territorios en general.
Este fenómeno se convirtió en un disfraz espectacular para grupos al margen de la ley, como lo hemos señalado extensamente en este espacio. Al pacto llegaron dineros y voluntarios de las principales mafias, clanes, disidencias, guerrillas, paras y bandas criminales del país. Para toda esa gente era una gran oportunidad de consolidar cuatro años de expansión del negocio. El proyecto de “paz total” permitiría abrir espacios de diálogo político, en muchas ocasiones eternos y superficiales, mientras en territorio se fortalece la operación de narcotráfico. La repetición de la historia del despeje del Caguán. La guerrilla de tres letras no tiene ninguna intención de desmovilizarse o una salida pacífica. Lo único que van a hacer durante los tres años que vienen es seguir quemando tiempo, mientras continúa el lucrativo negocio de la cocaína.
En los audios de Benedetti, a mi juicio, lo más grave es que reveló, insinuó, dijo sin decir indirectamente que el mandatario es consumidor habitual de cocaína. Opositores y periodistas podrían seguir jalando esa pita con resultados devastadores. La paz total, el discurso en la ONU y otra serie de pronunciamientos inmediatamente cambian de color a ser expresados por alguien que consume. Una proporción significativa de votantes que lo respaldaron le están retirando el apoyo. No tiene ninguna presentación internacional un presidente de la principal nación exportadora de cocaína enjaulado en su adicción a la sustancia.
La credibilidad se cae al piso pues la gente lo comienza a ver como un enfermo, un adicto, delirante y fuera de la realidad. Hace un año se hablaba de la llegada al poder de la izquierda por primera vez en Colombia. Hoy se va a comenzar a hablar de que Petro podría ser el primer presidente destituido por el Congreso, así como pasa en Perú y Ecuador. La caja de Pandora que destapó Benedetti dejó ver lo que realmente era esa coalición por dentro, un pacto histérico de poder, egos y pases de coca.