En la Antigua Grecia durante el año 480 A.C: se desarrolló la famosa Batalla de las Termópilas, episodio de pocos días de la Segunda Guerra Médica en donde espartanos, griegos y otros integrantes de las diferentes Polis retuvieron la embestida de más de 250.000 persas que intentaban invadir el imperio. Espartaco, con únicamente un ejército de 300 hombres, logró defender el estrecho paso de Termópilas contra miles que lo superaban en número. Aunque esa batalla puntual se perdió, meses después los persas perdieron la guerra total contra los griegos que lograron unirse y defender el territorio. Los 300 héroes, con valentía, terquedad y determinación pelearon contra un rival abiertamente superior. Las Termópilas se convirtió en un ícono cultural de las peleas desiguales, pero que se desarrollan con integridad. La referencia aparece en decenas de ejemplos como canciones, literatura, películas, televisión y hasta juegos de video.
Una de las siguientes batallas digitales, que también es desigual, que se vienen para la tercera década del siglo XXI es la de la propiedad, explotación y distribución de los contenidos audiovisuales. Los primeros fieros se han mostrado en Europa, en donde la regulación de países como Francia, España y Alemania ha venido modificando detalles para intentar controlar este nuevo fenómeno de la propiedad de los contenidos en internet. En una columna anterior, escribí sobre la problemática de la falta de gobernanza en internet. La visión norteamericana difiere de la europea. Los gigantes de tecnología son todos norteamericanos y de Asia. Europa se quedó atrás viendo discusiones de operadores de acceso a internet e infraestructura de redes, mientras Asia y Norteamérica escalaron los niveles industriales digitales.
Internet ahora es el campo de batalla. Por una parte, se encuentran los grandes productores de contenidos, mayoritariamente medios de comunicación masivos. Radio, televisión y prensa escrita representan lo que fue el poder de opinión y de manejo de la información el siglo XX. Comenzando 2000, con la primera burbuja tecnológica, comenzaron a aparecer grandes plataformas digitales que en un principio eran enanos, startups, pero que, de manera rápida y exponencial, crecieron hasta convertirse en grandes de la cadena alimenticia digiriendo ahora una gran porción de la torta publicitaria, antes exclusiva de los medios tradicionales. Las tarifas cayeron a mínimos históricos, y los gigantes ofrecen algo que los medios tradicionales no tienen: la métrica y analítica sobre la pauta digital. El retorno sobre la inversión ya es medible. Antes eran unos aproximados indirectos.
Los periodistas, columnistas, editores y creadores de contenido de los medios, actores, productores, realizadores audiovisuales, todos enfrentados como el pequeño ejército espartano contra los miles de clicks y likes que evaporaron los ingresos. Lo más grave es que dos grandes empresas se están llevando toda la publicidad sin pagar por el contenido a los usuarios que simplemente están subiendo, por la lógica de las redes sociales, todo de manera gratuita. Solamente una minoría ha logrado monetizar videos de Youtube, pero son tráfico de volumen alto al que la gran mayoría no logra llegar. El Parlamento Europeo acaba de aprobar una reforma del copyright para que productores de contenidos cobren a las plataformas por utilizarlo. Europa dando pasos regulatorios grandes. La pelea por las Termópilas apenas comienza.