La paradoja consiste en que, como estamos acostumbrados a las buenas noticias sobre la economía, cuando ellas se producen no tienen el impacto que tendrían si estuviéramos saliendo de una catástrofe. ¡Pero vaya si son buenas! El Fondo Monetario acaba de renovarnos una línea de crédito contingente para afrontar una eventual situación crítica en la balanza de pagos. Conviene tener ese recurso si acaso nos viéramos en dificultades para atender las obligaciones externas con acreedores y proveedores.
La determinación adoptada por el Fondo implica que hemos pasado su examen con buenas calificaciones: la inflación está bajo control y, por ende, las tasas de interés son moderadas; contamos con un ancla adecuada -la regla fiscal- para evitar desbordes del gasto; el sistema financiero es sólido; y preservamos la flotación del tipo de cambio que es el mecanismo idóneo para evitar las rigideces que en otros países dan lugar a muy traumáticos ajustes.
Al divulgar su informe trimestral de inflación, el Banco de la República se coloca en la misma línea, registra el proceso de recuperación del crecimiento en el que venimos desde 2017, lo que tiene su gracia en un contexto de desaceleración de la economía mundial, y a pesar del fardo enorme que representa el éxodo de venezolanos. Hechas las sumas y restas mantiene un pronóstico de crecimiento para el año en curso de 3,5%. No todo, sin embargo, es felicidad en el ámbito macroeconómico.
El déficit externo es elevado y las fuentes para financiarlo adolecen de debilidades: las exportaciones distintas al petróleo tienen poco dinamismo; los fondos foráneos invertidos en títulos de deuda pública emitidos en pesos pueden irse una vez el Banco de la Reserva Federal eleve su tasa de referencia para enfriar una economía que, en la era de Trump, ha sido forzada a crecer por encima de su potencial.
Para acertar en los análisis de coyuntura es preciso considerar también las expectativas de los agentes económicos. En general, las últimas mediciones realizadas por Fedesarrollo son positivas. Los comerciantes ven el futuro inmediato con optimismo, tónica que, aunque en menor proporción, comparten los industriales. Las percepciones de los exportadores decaen en la última encuesta a pesar de que el tipo de cambio les beneficia. Y en cuanto a los consumidores los datos son ambiguos: creen que en el futuro próximo les irá bien pero al país mal. ¿Quién los entiende?
Con este respaldo parece que la polarización política existente no ha tenido, por ahora, impactos negativos en la economía. Pero la situación podría revertirse. Las propuestas de asamblea constituyente para reformar la justicia, o de declaratoria de conmoción interior para extraditar a Santrich, que el Presidente descartó de plano, habrían generado grave incertidumbre sobre la estabilidad institucional. Además, las dificultades del Gobierno para sacar adelante sus iniciativas en las leyes de Financiamiento y el Plan Nacional de Desarrollo, generan preocupación sobre lo que puede suceder en el futuro con ciertas iniciativas de corte populista, tales como la autorización a los parlamentarios para que adjudiquen parte del presupuesto de inversión. Esa sería la apoteosis de la mermelada.
Ojalá el Gobierno logre consolidar una alianza que le permita liderar el parlamento con firmeza. La última vez que tuvimos un gobierno de minorías fue en 1946, cuando, debido a la división del partido liberal, que era mayoritario, fue elegido el conservador Mariano Ospina Pérez. Esa fue la simiente de muchos tragedias para Colombia.