¿Conoces el slow management? Este te ayudará a trabajar más tranquilo, sereno y con un mayor sentido de enfoque y productividad. Dirigir no es correr sino pensar, prestar atención y elegir la decisión y actividad correcta según las circunstancias.
El mundo nos pide velocidad, agilidad, rapidez y, sobre todo, un ritmo frenético para alcanzar resultados. Curiosamente esta presión nos lleva a sentir agobio, cansancio y, algunas veces, “quemados” y estresados. Desafortunadamente, la pandemia aceleró estos problemas y los convirtió en nuevas epidemias organizacionales y cuadros clínicos a los que debemos prestar atención.
La consecuencia es que vivimos muy ocupados y con muchos pendientes en la cabeza, pero con pocos resultados en lo que realmente importa en nuestras vidas y en las organizaciones. Esto nos conduce a una frustración permanente.
Las causas de este problema radican en cuatro situaciones que nos llevan a vivir a toda velocidad con pocos resultados. Primero, confundir movimiento con progreso. Segundo, permitir que nuestro ego quiera demostrar a toda hora su valía mostrando que, como somos importantes, entonces, vivimos ocupados. Tercero, decir “sí” a todo y no ser capaces de rechazar actividades que nos distraen o aportan poco y, en cuarto lugar, contar con muchas reuniones y actividades en la agenda.
Ante este panorama, ¿qué hacer para bajar el ritmo y ser más productivos con una filosofía basada en el slow management?
El secreto consiste en elegir tres metas prioritarias en tu trabajo por trimestre y, luego, obsesiónate con alcanzarlas. Es mejor llevar a cabo unas pocas cosas que empezar muchas y no acabar nada o unas solas cuentas. El paso presente es el único que te lleva a tu destino, porque el destino marca dirección, pero lo que te asegura el resultado es lo que debe hacerse en el “aquí y ahora”. Recuerda que un día es la vida misma en miniatura.
Una vez comprendemos esto, cada día, nos enfocamos en llevar a cabo las tres actividades de valor o contribuciones que se esperan de nosotros en nuestro puesto de trabajo y nos empeñamos en llevarlas a cabo. Esto implica que otras actividades las debemos posponer o resolver luego. Primero, lo primero.
Luego, empezamos a aprender a decir “no” con respeto y franqueza a una cantidad de cosas que nos proponen a diario. Cada vez que le decimos que “sí” a algo, terminamos renunciando a una actividad de valor personal y organizacional. Naturalmente, para saber decir “no” debemos tener claras nuestras prioridades y no ceder ante la presión social o de grupo.
En último término la clave de todo es comprender que menos es más, lo cual significa que debemos aprender a enfocar nuestra atención a una sola cosa. Basta ya de las “multireuniones” y de las reuniones con el correo y el WhatsApp abierto. Debemos tener holguras en las agendas para pensar, planear, proyectar y, sobre todo, para trabajar porque si me la paso en reuniones, ¿a qué horas trabajo? Lleva a cabo inventarios periódicos de reuniones en las que deberías estar y en cuáles no para empezar a delegar. Descubre dónde tu presencia es estratégica (esto lo sabrás en función de tus prioridades fundamentales). Te sorprenderás cuando descubres que, incluso, una organización grande se puede dirigir con tres comités clave a la semana.
En resumen, el slow management te brinda todo lo contrario que te pide el ego. Por eso es simple, pero difícil de lograr. Te invito a que luches en tu vida por valorar lo simple, lo sencillo, lo sobrio, lo sereno y lo que te concede sosiego, porque detrás de esto está la atención, el pensamiento y el poder del enfoque que, bien sabemos, son elementos centrales de la productividad.