Mariana Mazzucato considera que el Estado tiene que asumir aquellos riesgos que para el privado son excesivamente costosos, y que son imposibles de pagar. Ella ha puesto como ejemplos el desarrollo de la bomba atómica, la conquista espacial, la inversión en aceleradores de partículas, etc. Estos avances científicos, que serían imposibles sin la inversión pública, posteriormente son utilizados por la industria privada para el desarrollo de la energía nuclear, los teléfonos celulares, etc.
La estrecha relación entre lo público y la privado debería llevar a cambiar la visión convencional que considera que el gasto público genera un proceso de desplazamiento (crowding out) de la inversión privada. Esta ha sido la versión más popularizada en los textos de macroeconomía. Y con este esquema de pensamiento se han formado generaciones de economistas. Mazzucato invita a pensar de manera distinta, y su argumentación lleva a concluir que la inversión pública no es perjudicial para el sector privado. Todo lo contrario. Si está bien enfocada genera una dinámica incluyente que potencia la actividad privada (crowding in). En lugar de estar menospreciando lo público se deben reconocer sus bondades intrínsecas. La adecuada articulación entre el Estado y el sector privado crea riqueza y contribuye al mejoramiento del bien-estar colectivo.
La autora advierte que para lograr este propósito el gasto público tiene que estar bien orientado, así que el crecimiento del Estado no es, por sí mismo, beneficioso. Si el gasto no es eficiente, no se cumple la función dinamizadora de lo público. Y en el campo de la ciencia y la tecnología los recursos no se pueden dispersar y tienen que responder a grandes decisiones estratégicas.
Es inaceptable la forma como el país ha invertido las regalías destinadas a la ciencia y la tecnología. No se ha tenido en cuenta el mensaje de Mazzucato. Y una de las expresiones más dramática de este fracaso, ha sido el pésimo uso que se ha hecho de estos recursos, que son voluminosos. Mientras que en 2023 el presupuesto del Ministerio de la Ciencia y Tecnología, apenas será de $401.000 millones, en los próximos dos años el de regalías será de $3,1 billones.
Para llegar a la conclusión del mal uso de las regalías no se requieren complejas evaluaciones de impacto. Basta con un simple llamado al sentido común. Entre enero de 2018 y agosto 2022 se aprobaron 862 proyectos calificados como de ciencia y tecnología. De estos proyectos, más de la mitad, 456, tienen un valor inferior a $3 mil millones. Es absurdo pensar que inversiones tan pequeñas puedan tener alguna incidencia en la consolidación de la ciencia y la tecnología. Ninguno de los proyectos aprobados supera los $50 mil millones. Frente a la concepción que tiene Mazzucato, estos montos son ridículos. Y la multiplicidad de proyectos termina siendo un despilfarro. Es una burla a la ciencia.
De manera razonable las regalías destinadas a la ciencia y la tecnología se deberían destinar a financiar 4 o 5 grandes proyectos estratégicos. Y su jerarquización y selección debería ser una responsabilidad conjunta del Ministerio de la Ciencia y la Tecnología, del Departamento Nacional de Planeación y, sobre todo, de las universidades y de los centros de investigación del país. No tiene mucho sentido que estos proyectos tengan que pasar el filtro de los gobiernos locales.