Es una buena noticia que el 28 de abril Colombia haya sido admitida como el país no. 37 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde). Entre varias ventajas, destaco la posibilidad de hacer comparaciones regulares sobre aspectos fundamentales del desarrollo.
Colombia ya está siendo incluida en las estadísticas de la Ocde, así que se tiene un punto de referencia que podría contribuir a modificar supuestos falsos que suelen acompañar los debates de la política económica nacional. Estar a la cola de la Ocde en casi todos los indicadores es un aliciente para mejorar pero, sobre todo, para superar prejuicios que tienen poco sustento en los indicadores internacionales.
No es cierto, como se ha dicho, que Colombia sea uno de los países que más tributa en el mundo. Este argumento acompañó los debates de la última campaña presidencial y fue uno de los postulados que sirvió para justificar el aumento de las exenciones y reducir los impuestos. Este falso supuesto llevó a la aprobación de la mal llamada “Ley de crecimiento”. Mientras que la presión tributaria en Colombia (impuestos sobre PIB) es de 16%, en los países del norte de Europa supera 50%.
Tampoco es cierto que en Colombia la política fiscal, entendida como la conjunción de impuestos y subsidios, haya sido exitosa. Mientras que un país de la Ocde como Bélgica logra que la política fiscal reduzca el Gini de 0,50 a 0,20, en Colombia el Gini no se mueve, porque la leve reducción de la desigualdad que se consigue con un gasto público ligeramente progresivo, es contrarrestada por impuestos regresivos.
La calidad de la educación en Colombia es mala. Sobre todo, porque el gasto público es bajísimo. En los diversos estudios de la Ocde, cuando se compara el gasto anual por niño, Colombia aparece en los últimos lugares. Mientras que la canasta educativa nuestra cuesta $3,5 millones niño año, en Francia es de $20 millones y en Luxemburgo de $45 millones. Es fundamental que Colombia continúe participando en las pruebas internacionales, como Pisa y Tims para que tratemos de entender por qué somos los coleros.
No es cierto, como se repite continuamente, que los impuestos vayan en contra de la competitividad. La relación entre la tributación y la competitividad es positiva, como lo han mostrado estudios de la Ocde y del Banco de Pagos Internacionales. La competitividad europea fue mayor durante los años en los que se consolidó el Estado del Bienestar. Tampoco es cierto que el salario mínimo en Colombia sea “escandalosamente alto” como dice el ministro Carrasquilla. Basta con comparar el salario hora en Los Angeles, que es de US$12, con el salario mínimo día de Colombia que es de US$8.
La movilidad social en el país es un fracaso. El informe respectivo de la Ocde, dice que el “ascensor está roto”. Mientras que en Dinamarca el ascenso social requiere entre una y dos generaciones, en Colombia necesitamos 11 generaciones (275 años). Con razón los jóvenes de las comunas de Medellín le dicen a Alonso Salazar “no nacimos pa’ semilla”.
Colombia ha firmado las disposiciones de la Ocde sobre crecimiento verde, pero el país sigue soñando con el fracking, sin que se estén creando las condiciones que permitan cambiar la matriz energética. De ahora en adelante valdría la pena que las discusiones de política económica comenzaran ubicando a Colombia en el panorama de los países de la Ocde.