Analistas 29/03/2019

Desempleo estructural

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado

En enero de 2019 la tasa de desempleo fue de 12,8%, el nivel más alto desde enero del 2011, cuando llegó al 13,51%. El alto desempleo con el que comenzó el año es el reflejo de daños estructurales de la economía colombiana. Habría tres explicaciones. La primera, es el predominio de la economía extractiva. La segunda, es el debilitamiento del mercado interno. Y la tercera, es la acentuación del déficit en la cuenta corriente. Estos tres hechos ponen en tela de juicio la interpretación simplista de algunos analistas, para quienes el desempleo subió porque a finales de 2018 se negoció un aumento del salario mínimo (6%) por encima de la inflación (3,18%). Esta argumentación es equivocada. El mayor salario no es el responsable del desempleo. Todo lo contrario. Si el salario crece, la demanda aumenta, las empresas venden más, y el empleo sube. El aumento del salario mínimo por encima de la inflación tiene ventajas porque permite incrementar la demanda y, sobre todo, porque mejora la capacidad de pago, y la calidad de vida de los trabajadores.

La economía extractiva sigue creciendo, y cada vez gana más relevancia en el PIB y en la estructura de las exportaciones. En 2017 cerca del 80% de las exportaciones colombianas correspondieron a bienes primarios: petróleo, carbón, oro, café, flores y banano. En una economía primarizada, la volatilidad se acentúa porque la dinámica del PIB y de variables tan relevantes, como el déficit fiscal, están sometidas a las fluctuaciones erráticas los precios internacionales del petróleo y de los minerales. Además, cuando el precio sube, el valor nominal de exportaciones aumenta, sin que ello guarde relación con la producción real. Altos precios del petróleo y del carbón pueden estar acompañados de mayor desempleo.

El manejo de las bonanzas del petróleo y los minerales ha sido inadecuada, porque no se ha consolidado el mercado interno. No se han generado dinámicas de producción autónomas. En diez años, en medio de la bonanza, las importaciones de alimentos pasaron de un millón a 12 millones de toneladas. Las economías extractivas no han tenido efectos multiplicadores. Las bonanzas no se han sembrado. El país ha renunciado a la reflexión sistemática sobre la forma como los excedentes de las bonanzas se podrían reflejar en un crecimiento de la productividad de la industria y la agricultura nacional. Ha sucedido todo lo contrario, y las bonanzas han estado acompañadas de una reducción de la capacidad productiva nacional. La industria y la agricultura se han debilitado. Si estas actividades se ahogan, el empleo no crece.

En 2018, de acuerdo con el Banco de la República, el desbalance en la cuenta corriente fue de 3,8% del PIB. En el Marco Fiscal de Mediano Plazo se había proyectado un déficit de 2,8%. La situación ha empeorado de manera significativa. Ello muestra que las importaciones continúan siendo mayores que las exportaciones. Esta relación negativa sigue debilitando la estructura económica del país. Las bonanzas deberían haber llevado a un superávit en la balanza en cuenta corriente. Ha sucedido todo lo contrario, y sorprende que durante los años de las bonanzas el desbalance de la cuenta corriente se haya agudizado.

En las condiciones señaladas, las causas del mayor desempleo habría que buscarlas en los factores estructurales, que son de una índole muy diferente al aumento del salario.

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