Es oscuro el panorama de una nueva reforma tributaria. No hay ninguna certeza de que durante este gobierno se vaya a aprobar otra versión de la reforma. Aunque los movimientos sociales han puesto en evidencia la necesidad de buscar alternativas de financiación que sean progresivas, el debate sobre los instrumentos fiscales que garanticen la equidad tomará tiempo, y el acuerdo no será sencillo.
Mientras tanto es indispensable reactivar la producción y el empleo. Y para lograrlo se necesitan recursos. Es el momento de que la política monetaria abra espacios para que se discutan caminos de financiación heterodoxos.
El primer elemento del nuevo enfoque es reconocer la estrecha articulación que existe entre las políticas monetaria y fiscal. Los vínculos entre ambas son evidentes, y la autonomía del Banco de la República no es un buen argumento para negar la “tasa de sacrificio” que conllevan las decisiones de la autoridad monetaria. El sacrificio de las medidas monetarias se manifiesta en el empleo, y en las angustias fiscales. Actualmente, el manejo de la deuda pública se decide sin la participación de la ciudadanía y del Congreso. De acuerdo con las estimaciones del Ministerio de Hacienda, en 2021 el costo del servicio de la deuda será de 70 billones de pesos. Esta cifra es altísima, y su financiación tiene impactos fiscales evidentes. Los compromisos de la deuda reducen la disponibilidad de recursos para otros propósitos, relacionados con la inversión pública y el fortalecimiento de los mecanismos de protección y seguridad social. El reconocimiento de la articulación entre las política monetaria y fiscal obligaría al Banco de la República a colocar la lucha contra la inflación en un contexto amplio, en el que tengan cabida el crecimiento, el empleo, la productividad y el salario.
El segundo aspecto constitutivo de la heterodoxia es el examen de la conveniencia de que en la presente coyuntura el Banco de la República le otorgue créditos directos al gobierno. La reactivación no da espera. Los nuevos recursos tendrían que destinarse, fundamentalmente, al impulso de obras públicas, que estimulen el conjunto de la actividad económica.
En tercer lugar, se deben iniciar procesos de renegociación de la deuda pública, comenzando por la interna. Hasta ahora no se han buscado acuerdos con los tenedores institucionales de los TES. Aquí habría un margen de maniobra importante.
El cuarto camino tiene que ver con créditos de fomento. Es la perspectiva que ha propuesto el Banco de Pagos Internacionales. En su informe, El Cisne Verde envía un mensaje claro: “Los bancos centrales tienen un papel adicional que es fundamental, y se trata de coordinar las medidas que permitan enfrentar el cambio climático”. Y la transformación de la matriz energética obliga a que haya políticas de financiación que estimulen el camino hacia una producción limpia.
Y un quinto elemento es la posibilidad de utilizar parte de las reservas internacionales. Como su nombre lo indica, las reservas son recursos para financiar situaciones excepcionales. Y ya se está viviendo el peor momento desde que tenemos estadísticas. En la mirada corta de la ortodoxia monetaria pareciera como si las condiciones extraordinarias únicamente se van a presentar el día en que caída un asteroide. Y mientras ello sucede, el Banco de la República continuará predicando la austeridad.