Esta semana se le entregó el premio Juan Luis Londoño a Daniel Mejía, profesor e investigador de la Universidad de los Andes. Una de las características distintivas de Londoño, y de quienes han recibido el premio (Alejandro Gaviria, Felipe Barrera, Ana María Ibañez, Raquel Bernal) es su preocupación porque los análisis académicos se expresan en decisiones de política pública. Los estudios de Mejía sobre las drogas, la violencia y el crimen, reflejan bien esta relación entre la academia y la política pública.
Por un falso purismo, frecuentemente se hace la distinción entre la ciencia y la consultoría. Desde el espacio universitario, la ciencia, que sería lo propiamente académico, se suele privilegiar frente a la consultoría. Las investigaciones de Juan Luis Londoño rompen la frontera entre la ciencia y la consultoría, y ponen en evidencia la secuencia continua que existe entre la academia y la política pública.
Los ganadores del premio Juan Luis Londoño han mostrado, cada uno a su manera, que la academia recrea las decisiones de la política pública. Quizás por la influencia del pensamiento marxista, durante muchos años se le dio prelación a la acción sobre el pensamiento. Para Marx el ser social determina la conciencia. Este enfoque ha cambiado. La escuela de Frankurt ha puesto en evidencia la capacidad transformadora de las ideas, de la conversación y del debate académico. La razón pública es condición para la acción.
La economía, como cualquier disciplina, desarrolla un lenguaje. No es ciencia porque descubra la verdad sino porque ha desarrollado un discurso sistemático que permite conversar. La disciplina evoluciona y hoy no conversamos de la misma manera que hace diez años. Estas variaciones en el lenguaje y en la forma de argumentar tienen incidencia en la política pública.
En sus investigaciones, Mejía le da mucho valor al hecho empírico porque está convencido que la observación ayuda a entender. El dato no es la verdad, pero ayuda a construir el relato. Las ideas son para la acción. Y como la percepción sobre las drogas y el crimen va cambiando, las decisiones de la política pública también se van modificando.
En el campo de las drogas, las conclusiones de Mejía son contundentes. Primero, cuarenta años de “guerra contra las drogas” han fracasado. Y las evidencias abundan. Segundo, Colombia tiene la autoridad moral para promover un debate sobre las equivocaciones del prohibicionismo. Tercero, es necesario cambiar la arquitectura institucional, tanto en el país como a nivel internacional. Cuarto, el tratamiento al consumo tiene que ser distinto, y los criterios de salud pública deben predominar.
En el análisis del crimen y de la violencia, Mejía busca entender más que cuantificar. En lugar de medir sin entender, la economía debe ayudar a construir un discurso comprehensivo. Y en esta tarea, que por su naturaleza es interdisciplinaria, la teoría de juegos es un excelente instrumento.
Para Juan Luis Londoño siempre fue claro que la razón pública es un elemento constitutivo de la política. Cuando Aumann recibe el premio Nobel de economía en 2005 insistió en que el principal problema de la teoría económica es la guerra y la paz. Y en su discurso muestra que para entender la complejidad del ser humano, que afirma las bondades de la paz pero termina haciendo la guerra, además de los aportes de la economía, se requieren los de la literatura (Tolstoy - La Guerra y la Paz), la filosofía (Kant - La Paz Perpetúa) y la religión (el profeta Isaías).