La bipolaridad de la Ocde
El reciente informe de Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) sufre el trastorno de bipolaridad. Pasa, sin ninguna explicación, de un estado anímico a otro. Su diagnóstico es intrínsecamente inconsistente. Sus afirmaciones son contradictorias.
Por un lado dice que “... a lo largo de las últimas décadas, Colombia gozó́de una estabilidad económica notable debido a sus políticas macroeconómicas sólidas”. Y, por el otro, afirma que “... Colombia tiene uno de los niveles de pobreza, desigualdad de ingresos e informalidad del mercado laboral más elevados de América Latina”. Estas dos aseveraciones son incompatibles. Y expresan bien la esquizofrenia de los analistas de la Ocde. Si la economía presenta una estabilidad “notable”, y una macroeconómica “sólida”, no debería tener altos niveles de pobreza, ni graves desigualdades, ni alta informalidad. En sana lógica, estos males que son evidentes, serían la prueba reina de la fragilidad de la economía colombiana.
El diagnóstico de la Ocde comente el grave error de considerar de manera aislada variables macro, como el crecimiento del PIB, sin examinar su interacción con las condiciones de vida de la población. Si el PIB crece porque el precio del petróleo sube, o porque la ganancia bancaria aumenta, esta dinámica no favorece el empleo, ni contribuye a la lucha contra la pobreza, ni a la reducción de la desigualdad. Un crecimiento que no mejora las condiciones de vida de los hogares no puede ser el resultado de políticas macroeconómicas “sólidas”. La Ocde nunca aclara el significado de la “solidez”. No puede ser fuerte una economía, como la colombiana, que cada vez depende más de la exportación de hidrocarburos y minerales. El país se ha ido desindustrializando, así que no se entiende en qué sentido la estabilidad es “notable”.
La deuda pública sigue aumentando y la estructura tributaria es débil. La Ocde reconoce que ingresos fiscales, equivalentes a 20% del PIB, no permiten consolidar la inversión en infraestructura, ni mejorar los niveles de educación y de salud. También acepta que la “presión competitiva es baja”, y que los sectores económicos tienen una “débil productividad”. Si este es el diagnóstico, no tiene ningún sentido afirmar que en las “últimas décadas” la estabilidad es “notable”.
El informe de la Ocde muestra una fractura preocupante del análisis económico. En su visión simplista, la macroeconomía no tiene nada ver con el bienestar de la población. Desde una mirada integral diferente a la de la Ocde, es inconcebible que la macroeconomía vaya bien mientras que la pobreza y la desigualdad hayan llegado a niveles alarmantes. La oda a la buena macroeconomía del país no es un discurso nuevo. Lleva décadas. Y entre tanto, esta “excelente” macro profundiza una economía extractiva y acentúa la pobreza y la desigualdad.
Mientras la FAO advierte que la situación alimentaria es grave, la Ocde alaba la “notable” estabilidad de la economía. El discurso de la Ocde tiene consecuencias perversas porque no invita a realizar transformaciones estructurales y, además, lleva a concluir que el hambre, expresado en el aumento de la pobreza extrema, apenas es una molestia menor que nada tiene que ver con la “solidez” de las políticas macros. Este análisis bipolar de la Ocde es fatal, y termina agudizando los dolores de las personas más vulnerables.