La dependencia de los bancos centrales
Los bancos centrales son dependientes de las viejas doctrinas. Están presos de una ortodoxia desueta que no les permite ver nuevas realidades. En Colombia han pasado 30 años desde la Constitución de 1991, y las normas que de allí se desprenden, como la Ley 31 de 1992, que regula el funcionamiento del Banco de la República, ya han perdido vigencia. Los cambios que se han observado en estas tres décadas son significativos, y no solamente tienen que ver con las relaciones monetario-financieras, sino con las modificaciones estructurales de las economías.ta
A raíz del manejo clientelista que el gobierno le está dando al nombramiento de los miembros de la Junta del Banco, vuelve la pregunta obvia: ¿independencia de quién? Y al tratar de responder, nacen nuevos interrogantes: ¿del gobierno? ¿de las calificadoras de riesgo? ¿del FMI? ¿de los bancos privados? ¿de los políticos? Y el abanico de alternativas se podría ampliar más.
Los bancos centrales continúan predicando su fidelidad a los enfoques que marcaron las ortodoxias de los años 80s y 90s, a pesar de que en el día a día rompen sus propias reglas. Ya no es posible cumplir con las tareas misionales que les fueron encomendadas. Cada vez es más inútil tratar de actuar sobre la cantidad de moneda. El llamado M1 pierde relevancia frente a la continua aparición de formas diferentes de dinero. La última fase, marcada por las criptomonedas, plantea interrogantes que nadie sabe responder. Frente a estas dinámicas incontrolables, los banqueros centrales no tienen más alternativa que disimular su confusión.
La intervención a través de la tasa de interés también genera múltiples dudas. Mientras que en Colombia la tasa de referencia es 1,75% anual, la tasa de interés del crédito de consumo está alrededor de 23%. El banquero central no logra que los privados bajen la tasa.
Los movimientos caprichosos del dólar inciden en la política monetaria doméstica, sin que la banca central pueda reaccionar. Los intentos por controlar la tasa de cambio son inútiles, sobre todo en economías como la colombiana, que no inciden en el mercado internacional. La compra o venta de divisas tiene un impacto pírrico. Las decisiones sobre las modalidades de la deuda pública depende de numerosas variables, que están lejos del control del banco central. Y, por otro lado, es evidente que los precios de muchos bienes responden a factores que escapan a los lineamientos de la política monetaria. En síntesis, la sencilla ecuación cuantitativa ya no opera, y la estabilidad de la demanda de moneda que defendió Friedman es asunto del pasado.
Las nuevas funciones de los bancos centrales han sido esbozadas por el Banco de Pagos Internacionales. En su opinión, se tiene que comenzar por aceptar la relevancia de la conjunción entre la incertidumbre y el cambio climático. Este vínculo lo expresa a través del símil del Cisne Verde. Un bello homenaje al Cisne Negro de Taleb. La transformación de la matriz energética en un mundo incierto obliga a dejar de lado las reglas ingenuas que se desprenden de la ecuación cuantitativa. En su lugar, y utilizando criterios discrecionales, los banqueros centrales tienen que diseñar los mecanismos financieros que, fundados en el vínculo entre sostenibilidad y la equidad, creen las condiciones propicias para avanzar hacia una producción limpia.