Existe un contraste claro entre la miopía de los seres humanos y la necesidad de planear para el largo plazo que se desprende de las COP, tanto de biodiversidad como de cambio climático.
La naturaleza humana, como dice Kahneman, nos lleva a pensar rápido, a mirar de cerca. La inclinación natural no es hacia los ejercicios que permiten el análisis sistemático y riguroso, porque éstos requieren método y disciplina. La universidad y el monasterio han sido sitios propicios para pensar despacio. En los agites de la vida cotidiana, los individuos actuamos guiados por la heurística del juicio. Recurrimos a los atajos, y no hacemos un análisis pormenorizado de las diferentes posibilidades de acción.
En 1972 cuando se presentó al Club de Roma, el informe “Los Límites del Crecimiento”, se puso en evidencia la existencia de una trampa malthusiana, y se mostró que los ritmos de consumo no son compatibles con la sostenibilidad de los recursos naturales. El estudio reconoce que la aceptación de este diagnóstico exige tener una mirada de largo plazo, que supere la miopía habitual. Se requiere que los individuos de hoy respetemos el planeta para que lo puedan disfrutar quienes vendrán en 200 o más años. Es imposible pedirle semejante compromiso intertemporal a una persona que está angustiada por sus necesidades de corto plazo. En los modelos altruistas de Samuelson, la persona deja de consumir hoy para que su hijo y su nieto tengan un mejor futuro. No se va más allá de dos generaciones.
Y, además, como también se advierte en el informe de 1972, las ciencias sociales todavía no cuentan con los instrumentos necesarios para estimar los impactos que tienen las decisiones de hoy en un horizonte de dos siglos. En economía se hace la comparación entre el valor presente neto de las inversiones, y la tasa de preferencia intertemporal, y a partir de allí se estiman alternativas de financiación, como el valor del impuesto al carbono. Pero estos ejercicios tienen horizontes temporales muy cortos, y las proyecciones son débiles. En menos de un año quedan desactualizadas porque las variables constitutivas del modelo son frágiles y sus dinámicas son impredecibles.
Para compensar las limitaciones derivadas de la miopía se requiere un orden institucional que obligue al individuo a actuar en función de la sostenibilidad ambiental. Es necesaria una especie de racionalidad colectiva, que impida comportamientos que no son favorables a los procesos de mitigación y adaptación. El mecanismo más expedito es el impuesto, pero es insuficiente porque no alcanza a ser tan alto como sería deseable. La coerción tampoco resuelve el problema. De acuerdo con las estimaciones de Nordhaus, en condiciones óptimas, el impuesto a la tonelada de carbono debería ser de US$966. Hoy en Colombia el impuesto por tonelada es de US$5, y la ley de financiamiento propone llevarlo a US$17. Cualquier cifra está lejísimos del óptimo de Nordhaus. La COP16 aspiraba a conseguir US$200.000 millones de ahora a 2030, y no se llegó a un acuerdo sobre la financiación.
Ni en el planeta, ni en Colombia, se ha creado la institucionalidad que sea compatible con la visión de largo plazo que exigen las COP. Y entre miopes sin redención, el resultado inevitable será un empeoramiento de las condiciones ambientales y una pérdida de la biodiversidad. No se están tomando decisiones que deberían ser evidentes, así que el panorama no es optimista.