La disciplina económica es muy reacia a reconocer su ignorancia. Esta actitud prepotente contrasta con la de otros saberes como el de la física. Entre los físicos es relativamente usual reconocer que “no sabemos”. En cambio, entre los economistas no solamente se afirma el saber sobre el presente sino que también se predice el futuro. Y las afirmaciones sobre lo que vendrá se hacen respaldadas en modelos que se califican de “científicos”. En lugar de pretender adivinar el futuro como lo hacen los brujos, el quehacer de los economistas debería ser parecido al de los historiadores: mirar hacia atrás y tratar de interpretar lo que ya pasó
Son numerosos los errores en las proyecciones. En el plan de desarrollo de Pastrana (1998-2002), Cambio para Construir la Paz, se estimó el crecimiento del PIB con un modelo de equilibrio general. De acuerdo con las proyecciones que se hicieron en 1998, el año siguiente, en 1999, el PIB debería crecer 2% en términos reales. En realidad, el PIB descendió en 1999 a -4,2%. Es decir la equivocación en un horizonte menor de un año fue de 6,2 puntos del PIB.
De acuerdo con las estimaciones que se hicieron en 2010 en el documento donde se explican los alcances de la regla fiscal, el barril de petróleo WTI en 2016 estaría a US$89. Hoy el petróleo sigue bajando de precio y se acerca a los US$25. El error de proyección ha sido de 281%, en una variable central para determinar la regla fiscal. También fue equivocada la estimación del déficit en la cuenta corriente. De acuerdo con la regla fiscal en 2016 debería ser de -2,1% del PIB. En la realidad supera -6%. Comentarios similares se pueden hacer sobre la tasa de cambio. Es imposible proyectar con confiabilidad todas las variables que inciden en el balance primario de un país. Y como los errores son tan grandes y numerosos, la regla fiscal no puede actuar como un mecanismo de ajuste automático.
Las equivocaciones de los economistas al intentar predecir el futuro son graves porque estos escenarios imaginarios son el punto de partida para decidir en el presente. Las opciones de política pública, que tienen impactos significativos en el bienestar de las personas, se toman teniendo como guía las reglas que se derivan de proyecciones sobre el comportamiento futuro.
Como no sabemos, es necesario abrirle espacio a la discreción, evitando seguir los criterios que se desprenderían de reglas fijas. Puesto que el futuro es impredecible, la planeación económica y la política pública deben responder a principios básicos iluminados por el buen juicio, más que por reglas acabadas.
Es evidente, por ejemplo, que se debe mejorar la educación, que las cuencas se deben proteger, que la seguridad alimentaria es fundamental, etc. La priorización entre opciones diversas se decide en la esfera política. En este proceso la economía contribuye de manera modesta describiendo escenarios plausibles, y no argumentando con la lógica de un brujo a partir de datos imaginados que nunca se van a cumplir. La disciplina económica debería agradecerle a la sociedad que todavía se mantenga el prestigio a pesar de las reiteradas equivocaciones en las proyecciones.
Así no lo reconozcan los gobiernos de manera explícita, la política fiscal y monetaria termina siendo discrecional, como decía Keynes. Puesto que la realidad siempre está imponiendo nuevos escenarios, la regla fiscal no puede ser fija. Y, entonces, predomina el juicio discrecional. En este escenario la política es determinante.