En la reunión que acaba de terminar en Davos, Oxfam presentó el nuevo informe sobre la desigualdad en el mundo. Para lograr la equidad, afirma, es necesario “premiar el trabajo, no la riqueza”.
Y Oxfam insiste porque no obstante la contundencia de sus mensajes anuales, los ricos del mundo y los gobiernos no prestan atención y no toman las medidas que serían necesarias para combatir la desigualdad que continúa aumentando.
Al dividir la población de la humanidad en dos grupos, el de mayor ingreso (3.600 millones de personas) y el de menor ingreso (las otras 3.600 millones), en el 2015, las 85 personas más ricas del mundo tenían un ingreso superior al de la mitad de la población del mundo de menos ingresos. En el 2017 la cifra se redujo a 42 personas.
En el Informe presentado este año, Oxfam muestra en que hay una asimetría considerable entre la remuneración al trabajo y la rentabilidad del capital y de los activos.
La desigualdad crece a niveles exponenciales. Entre 2006 y 2015 los salarios aumentaron a un promedio de 2% anual, mientras que la riqueza se incrementó en un 13%.
Estas diferencias tan significativas muestran que la brecha se amplía en lugar de cerrarse. En el 2017, el 82% de la riqueza generada fue a parar a manos del 1% más rico. Mientras tanto, la riqueza del 50% más pobre “no aumentó lo más mínimo”.
En la teoría económica siempre se ha justificado la diferencia salarial por la productividad del trabajador. El argumento convencional es sencillo: si la productividad aumenta el salario debe crecer en la misma proporción. Pero, observa Oxfam, actualmente la desigualdad en la riqueza tiene muy poco que ver con “el talento, el esfuerzo y el riesgo de innovar”.
Los mayores excedentes tienen su origen en “herencias, monopolios, o relaciones de nepotismo o de connivencia con los gobiernos”. Así que una gran parte de la riqueza no está vinculada al “espíritu empresarial” schumpeteriano.
Los informes anuales de Oxfam no causan indignación, y no mueven a las sociedades. Los gobiernos y los empresarios que van a Davos escuchan a Oxfam pero no toman ninguna decisión que lleve a modificar de manera sustantiva la tendencia hacia una mayor desigualdad.
Las acciones que se han tomado, sobre todo en el campo tributario, van en sentido contrario. Los impuestos a los ricos disminuyen, y aumentan los beneficios para quienes poseen capital y activos.
Desde el punto de vista de Oxfam, las decisiones que tomó Estados Unidos en materia tributaria empeoran la desigualdad porque favorecen, sobre todo, al 1% más rico. Mientras tanto los empresarios felicitan a Trump, y los gobiernos desconcertados no saben si seguir el ejemplo de los Estados Unidos y entrar en la lógica de la mínima tributación.
Por estar alabando las bondades de los menores impuestos, se deja por fuera la reflexión sobre el aumento exponencial de los saldos de la deuda pública que se observa en la mayoría de los países del mundo. En la Unión Europea y en Estados Unidos la relación entre el saldo de la deuda pública y el PIB es superior al 100%.
En lugar de atender el mensaje de Oxfam, los sistemas tributarios parecen ir en la dirección contraria. Esta especie de miopía internacional se ha acentuado con la llegada de Trump, y el triunfalismo de su discurso sobre el estado de la Unión muestra que todavía no se van a tomar las decisiones adecuadas.