Analistas 26/05/2023

Productividad y salarios

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado

La discusión convencional sobre el impacto de la variación del salario, tiene dos características: es unicausal y su alcance es micro.

Es unicausal porque únicamente se considera la relación entre el salario y el empleo. Este enfoque suele llegar a una conclusión simplista, al suponer que existe una relación inversa entre salarios y empleo. Si el salario sube, el empleo baja. De allí se concluye que una política que busque estimular el empleo, no debería permitir el aumento de los costos laborales. Además, de este postulado se derivan otras conclusiones. Se dice, por ejemplo, que los mayores salarios crean condiciones propicias para la informalidad. La recomendación en materia de política pública es inmediata: si se quiere avanzar hacia la formalización se deben reducir los costos relacionados con la nómina.

Estas apreciaciones han predominado en el discursos nacional, y las han alimentado estudios relevantes como el de la Misión Levy. Desde esta lógica, el incremento de los costos relacionados con la nómina es intrínsecamente perverso.

La segunda característica de este enfoque, es su dimensión micro. Se hace énfasis en la visión del empresario individual. Sin duda, para una pequeña empresa el aumento de los salarios impacta su ganancia. En el corto plazo, el mayor peso de la estructura de costos incide de manera negativa en la rentabilidad. Esta constatación es cierta pero parcial.

Frente a las dos características del enfoque convencional es posible proponer otra mirada que en lugar de la lógica unicausal contemple otros factores, y que en vez de la concepción micro, le abra el paso a un análisis de las interacciones agregadas.

La mirada unicausal deja por fuera otras variables que también inciden en el empleo como los costos del transporte, la dinámica de las aglomeraciones, o el valor del crédito. Si estos factores se consideraran de manera explícita, se reduce el peso que tienen los salarios en la evolución del empleo. Una mirada multicausal lleva, por ejemplo, a mostrar que hay una relación positiva entre el nivel de formalización y el tamaño de la aglomeración. Claramente, el porcentaje de la formalidad es más alto en Bogotá que en Quibdó. Este resultado, que es contundente, estaría indicando que la formalización no depende del salario sino de los procesos estructurales asociados a la aglomeración. Aún más, el salario promedio en Bogotá, en cada tipo de ocupación, es mayor que el de Quibdó. Estas relaciones elementales ponen en tela de juicio la hipótesis que asocia la informalidad al mayor salario.

Adicionalmente, se podría hacer una relectura de la identidad entre la productividad marginal del trabajo y el salario: el aumento de la remuneración obliga a incrementar la productividad, favoreciendo la modernización de la empresa. Esta secuencia es clara en países desarrollados como Alemania. Al mayor salario se responde con mejoras en productividad. Esta dinámica tiene una doble ventaja. Por un lado, los trabajadores viven mejor y, por el otro, la empresa mejora su competitividad.

Y, finalmente, es posible superar la dimensión micro y pasar a una perspectiva macro de tipo keynesiana: el aumento de los salarios incrementa la demanda agregada y ello favorece el ingreso, la producción y el empleo. Si la capacidad de compra mejora, las empresas venden más, y crece la inversión, el empleo y la ganancia.

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