En Colombia, como a nivel internacional, ha vuelto la discusión sobre la necesidad de algún tipo de ingreso que le permita a la persona responder a sus necesidades básicas. En medio de las urgencias de la coyuntura se han propuesto diversas modalidades de ingreso básico. Están moviendo la iniciativa diversos grupos sociales, y un número significativo de congresistas. Estas propuestas son afortunadas, y deberían ser el primer paso para avanzar hacia una renta básica universal.
Dada la proliferación de nombres y características, se podrían diferenciar dos niveles y cuatro dimensiones. En el nivel uno los subsidios son focalizados, condicionados, transitorios, y se acercan a las necesidades básicas. En el nivel dos son universales, incondicionales, permanentes y ofrecen un volumen de recursos suficientes para el ejercicio de la “libertad real”. La mayoría de las propuestas que se han hecho se mueven en el nivel uno, y no llevan a un replanteamiento del orden social actual. El nivel dos sí implica cambios significativos en el tipo de sociedad.
Los calificativos abundan. Por los lados del nivel uno estarían, entre otros, el “ingreso básico”, el “ingreso básico de subsistencia”, el “mínimo vital”, el “piso de protección social”, el “salario mínimo constitucional”, la “renta básica extraordinaria”. Y coqueteándole al nivel dos: el “ingreso ciudadano”, la “renta básica de ciudadanía”, el “ingreso básico garantizado”, el “ingreso básico incondicional”, y la “renta básica universal”.
Desde el punto de vista normativo el ideal consistiría en ir pasando de manera progresiva del nivel uno al nivel dos. Entre ambos existen continuidades y traslapes, pero el acercamiento al nivel dos permitirá que las sociedades de mercado sean compatibles con la “libertad real para todos”, como propone Philippe Van Parijs. En su opinión, es un capitalismo que respeta la propiedad privada de los medios de producción, y en el que “que cada ciudadano recibe, además de los ingresos derivados de su participación en los mercados de capital o de trabajo, un ingreso significativo e incondicional”.
Para pasar del nivel uno al nivel dos habría que realizar avances importantes en cada dimensión. En la primera, los subsidios no podrían ser focalizados sino que tendrían que ser universales. Todo ciudadano tendría derecho a la renta básica. Un instrumento necesario para este propósito es la declaración de renta universal, que permite diferenciar entre las personas que necesitan el subsidio para vivir, y quienes lo pueden descontar como crédito tributario.
En la segunda dimensión se tendría que eliminar la condicionalidad. Ahora abundan las condiciones. Por ejemplo, tener un cierto puntaje en el Sisbén, ser adulto mayor, tener los niños en el colegio, ser vulnerable, pertenecer a una empresa que haya reducido su facturación más de 20%, etc.
La tercera dimensión del nivel dos supone que el ingreso es permanente. Ahora es transitorio: tres meses, seis meses, mientras dura la pandemia, mientras termina de estudiar, mientras continúa siendo pobre, mientras está embarazada, etc.
Y, finalmente, el nivel dos obliga a que el ingreso supere las necesidades básicas y sea lo suficientemente alto para ampliar las capacidades, de tal manera que permita el ejercicio de la “libertad real”.
El nivel dos es un ideal posible. Y es, al decir de Van Parijs, “una idea simple y poderosa para el siglo XXI”.