De acuerdo con los datos recientes que presentó el Dane, la brecha de pobreza que existía entre el campo y la ciudad se cerró en 2020. Pero esta convergencia es triste porque la pobreza urbana se incrementó de manera sustantiva e igualó a la pobreza rural.
En 2019 la distancia entre las ciudades y las áreas rurales fue significativa. La incidencia de la pobreza era, respectivamente, de 32,3% y 47,5%. Y en 2020 fue de 42,4% y 42,9%. La pandemia, más el desempleo, más la caída de los ingresos golpeó muy duro a las ciudades. A nivel urbano, el número de pobres pasó de 12,2 millones de personas a 16,2 millones. El aumento fue de 4 millones. Y el ingreso per cápita cayó 12%, y pasó de $818.000 a $719.000.
Los resultados observados en 2020 no tienen precedentes. La pandemia desató procesos endógenos perversos. Hasta ahora las externalidades propias de las vecindades habían sido favorables. Y las interacciones positivas de las aglomeraciones permitieron que antes del 2020 los niveles de pobreza de las ciudades fueran muy inferiores a los del campo. La pandemia desató las externalidades negativas de la convivencia urbana. Los males se transmitieron rápidamente y de manera endógena. En Bogotá la pobreza subió 12,9 puntos porcentuales. Pasó de 27,2% en 2019 a 40,1% en 2020. En Cali el aumento fue de 14,4 p.p. En Barranquilla de 15,6 p.p. De las cuatro grandes ciudades, la menos golpeada fue Medellín, con un aumento de la pobreza de 8,5 p.p.
La situación no fue más crítica gracias al efecto positivo que tuvieron las ayudas sociales. Los programas Familias en Acción, Jóvenes en Acción, Colombia Mayor, y las compensaciones de los últimos meses, como Ingreso Solidario, Bogotá Solidaria, Bono Vital Bucaramanga, etc., evitaron que la pobreza fuera mayor. Sin estas ayudas, en las ciudades la pobreza no hubiera sido de 42,4% sino de 45%, así que el impacto fue de 2,6 p.p. Es relevante el efecto que tuvieron estos subsidios en las zonas rurales. Gracias a ellos la incidencia de la pobreza no fue de 50% sino de 42,9%. Las ayudas sociales redujeron la pobreza en 7,1 p.p.
El país tiene que continuar avanzando en el mejoramiento de los registros administrativos, y en la integración de éstos con las encuestas. Las angustias de la pandemia permitieron dar pasos muy positivos en esta dirección. Pero, claramente, las ayudas sociales fueron insuficientes para compensar las caídas en el nivel de vida. Por tanto, es necesario diseñar alternativas de reactivación que mejoren el empleo y el ingreso. Y para avanzar en esta dirección el Estado tiene que llevar el liderazgo. Sorprende la antipatía de la política económica por las fórmulas keynesianas. Y llama la atención la excesiva ortodoxia del Banco de la República. Han pasado 30 años desde la Constitución de 1991, y la política monetaria tiene que ser replanteada. Así lo ha dicho el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Pagos Internacionales.
El nuevo keynesianismo tiene que ser verde. Y las ciudades, junto con el Gobierno Nacional, deben encontrar los mecanismos para transformar las externalidades negativas en positivas. Es posible imaginar un futuro en el que la convergencia entre el campo y la ciudad no sea triste. Y aspirar a que la brecha se cierre en un escenario en el que los niveles de vida sean relativamente altos, y el país haya logrado que nadie viva por debajo de la línea de pobreza.