Analistas 14/08/2025

Divergencia petrolera

José Ignacio López
Presidente del Centro de Estudios Económicos Anif

La geografía energética de Suramérica atraviesa un punto de inflexión. Brasil, Guyana y Argentina protagonizan un ciclo expansivo en la producción de petróleo que contrasta con la trayectoria estancada de Colombia.

Mientras nuestros vecinos se consolidan como polos de crecimiento en la oferta global de crudo, Colombia enfrenta un escenario de maduración de campos y menor incorporación de reservas, en medio de decisiones de política doméstica adversas a la industria de hidrocarburos.

El caso de Brasil es paradigmático. Se espera que la producción de crudo en ese país aumente un 10% en 2025 frente al año anterior, alcanzando 3,7 millones de barriles diarios.

El reciente anuncio de la gigante petrolera BP de un nuevo hallazgo en aguas profundas (Bumerangue), el mayor de la compañía en 25 años -a unos 400 kilómetros de la costa de Río de Janeiro- confirma el buen momento de la industria de hidrocarburos en Brasil.

Guyana, por su parte, ha emergido como uno de los descubrimientos más notables del mercado energético global en la última década. Con una población de menos de un millón de habitantes, su producción pasará de 690.000 barriles diarios en 2025 a alrededor de 1,2 millones en 2030, gracias al desarrollo acelerado del Bloque Stabroek por parte de ExxonMobil, Hess y Cnooc.

El marco contractual competitivo y la cooperación con empresas de escala mundial han permitido al país atraer inversión de forma acelerada.

Argentina, por su parte, rezagada por políticas intervencionistas y falta de infraestructura en el pasado reciente, experimenta un repunte impulsado por Vaca Muerta, la segunda mayor reserva de petróleo de esquisto (shale oil) del planeta.

La producción creció 26% interanual en el primer trimestre de 2025 y se proyecta que alcance cerca de 900.000 barriles diarios hacia finales de la década, favorecida por un oleoducto de exportación que entrará en operación en 2027. La liberalización parcial del sector y la previsibilidad regulatoria han estimulado el flujo de capitales.

En Colombia, por el contrario, las perspectivas de producción no son halagüeñas. La producción promedio de 2024 fue de 772.000 barriles diarios y la proyección para 2025 ronda los 750.000, con estimaciones de descenso a cerca de 620.000 en 2028.

Los últimos resultados financieros de Ecopetrol -responsable de cerca de 60% de la producción nacional- reflejan este contexto: en el segundo trimestre de 2025 reportó ingresos por $29,7 billones (-9% interanual) y una utilidad neta de $1,8 billones, 46% inferior a la de un año atrás. La producción consolidada del trimestre fue de 755.000 barriles diarios, de los cuales cerca de 88% provino de Colombia y 12% de operaciones en la cuenca Permian, en Estados Unidos.

En un contexto de transición energética gradual a nivel global, el petróleo seguirá siendo por varios lustros más un insumo clave y una fuente relevante de ingresos fiscales. Países que logren sostener o expandir su producción, bajo estándares ambientales y de gobernanza, podrán financiar con mayor holgura su transición hacia energías limpias, reforzar su posición exportadora y atraer inversiones de largo plazo. ç

Colombia, de no revertir la tendencia, corre el riesgo de perder relevancia en el mapa energético suramericano y de ver comprometida su capacidad de generar divisas, sostener el balance fiscal y garantizar seguridad energética.

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