¿A qué velocidad debemos levantar las restricciones económicas impuestas por la cuarentena? Esta es sin lugar a duda una pregunta compleja. La respuesta no es simple, y la decisión debe informarse y ser discutida con un grupo multidisciplinario de expertos. Los profesionales en salud, que son los que conocen de primera mano la capacidad del sistema sanitario y los pormenores epidemiológicos de la enfermedad, deben tener la voz más activa. Pero dado el costo económico alto y creciente por cada día que las restricciones generalizadas se extienden, la decisión tiene que ser consultada con economista. Filósofos, antropólogos y humanistas en general, también deben participar en presencia de varios dilemas morales.
La decisión de haber impuesto tempranamente restricciones a la interacción personal y económica ha rendido fruto. El número de infectados críticos continúa siendo inferior a la capacidad del sistema de salud. Más allá del conteo diario de infectados, el exceso de capacidad del sistema sanitario es la expresión de la eficacia de las restricciones y muestra el cumplimiento del objetivo inicial de aplanar la curva de contagio. Pero al mismo tiempo, el hecho de que exista este margen de capacidad sugiere que es necesario considerar el costo de restringir la actividad económica.
Las medidas tomadas hasta ahora nos han comprado un tiempo valioso para ampliar la capacidad del sistema de salud, buscar incrementar el número de pruebas, concientizar a la gente de los riesgos y aprender de la enfermedad. En esta última dimensión, estudios recientes sugieren que la tasa de mortalidad -que inicialmente se pensaba podía alcanzar el 5% y luego el 1%-, sería mucho más baja, del orden de 0,1%-0,2%. De ser este el caso, el número de muertes potenciales por el virus en nuestro país sería del 0,06%-0,12% como fracción de la población y bajo el supuesto de en el largo plazo hasta el 60% llegaría a infectarse.
Tratar de ganar tiempo de forma indefinida a expensas del bienestar de millones de personas afectadas por peores condiciones económicas no parece ser la mejor estrategia. También es cierto que levantar las restricciones no será la panacea. El cambio en el comportamiento de las personas y una mayor aversión al riesgo en el trato personal del día a día, harán que muchos sectores y empleos sigan afectados, incluso en ausencia de cuarentenas. Pero en la medida que se escale el número de pruebas y se creen protocolos para que muchas actividades vuelvan a operar, así sea a una escala más reducida, será posible evitar una tragedia humana por falta de ingresos.
Balancear esta ecuación no será fácil. Pero el termómetro guía debe ser la capacidad del sistema de salud. Hasta que no exista una vacuna o un tratamiento efectivo, la estrategia recomendada es aplanar la curva de contagio, lo que en términos más crudos significa que el número de muertes no se concentre en el tiempo. Aplanar la curva no implica necesariamente que podamos reducir la tasa de mortalidad de la enfermedad en el futuro próximo, pero si busca que dicha tasa no aumente por un desbordamiento del sistema sanitario. Por eso, mientras el sistema de salud nos de amplitud, es importante priorizar el otro objetivo, el de aplanar la curva económica. Para esto es importante continuar y ampliar los programas diseñados a salvaguardar empleos e ingresos, y tratar de normalizar la economía, a pesar de las restricciones.