Rosario de lágrimas
Hace siete años, cuando regresé a Colombia, y después de una década afuera dedicado a la academia, me encontré una escena local estimulante en el ámbito de la investigación económica. Gracias a un firme compromiso por adoptar estándares internacionales, varias facultades y departamentos de economía habían logrado atraer un número significativo de jóvenes investigadores, incluyendo algunos provenientes de otros países, con las habilidades y experiencia para publicar en revistas especializadas.
Muchos de ellos fueron reclutados en Estados Unidos, a través del mercado centralizado de graduandos de doctorado de los programas más prestigiosos en dicho país y en Europa. Los seminarios y eventos académicos parecían encontrar en nuestro país un nuevo punto de encuentro, algo valioso en un continente como el latinoamericano, donde la investigación enfrenta numerosas barreras y es lamentablemente escasa.
Afortunadamente la escena académica del país continúa siendo emocionante. Solo este año, el país acogerá varios eventos de primer nivel como la conferencia Económica de América Latina y el Caribe, el encuentro de la Society of Economic Dynamics y el vigésimo Congreso de la Asociación Económica Internacional, IEA, por sus siglas en inglés. Ser el epicentro de estos encuentros no es gratuito: es resultado de la apuesta de varias universidades por la academia y del trabajo juicioso de un número importante de investigadores que con su quehacer ponen a nuestro país en el mapa.
Es precisamente debido a este tipo de logros que las recientes noticias sobre la Facultad de Economía de la Universidad del Rosario son motivo de preocupación. Esta institución es reconocida por ser ampliamente citada por sus publicaciones en economía y por contar con un cuerpo docente de primer nivel, resultado de varios años de esfuerzo para atraer y retener talento académico.
Aunque se desconocen los detalles, y sin pretender opinar sobre la dirección de dicha Facultad, se ha informado que dos jóvenes investigadores, con méritos suficientes para continuar con su carrera académica, fueron despedidos de manera abrupta y sin justificación.
Es importante destacar que estos dos investigadores, a pesar de no ser colombianos, habían apostado por el sueño de hacer academia en nuestro país. Varios de sus colegas, alumnos y exalumnos del Rosario, así como reconocidos economistas externos, se han pronunciado en contra de esta decisión y de otras varias medidas tomadas. La Facultad ha afirmado que los despidos no fueron ilegales, lo cual pone de manifiesto el problema de desconocimiento de cómo operan sus pares a nivel internacional.
La investigación económica pueda parecer distante y poco interesante a los ojos de un observador casual. Pero es precisamente el análisis sereno de la academia lo que le permite iluminar los tantos oscuros aspectos de nuestro complejo mundo.
Las facultades de economía tienen el reto de visibilizar los trabajos de sus académicos y tender puentes con los problemas concretos y urgentes del país. Pero esto solo será posible si las instituciones educativas del país adoptan las mejoras prácticas al momento de hacer investigación.
Desafortunadamente, las señales de la nueva dirección de la Facultad de Economía de la Universidad del Rosario parecen sugerir un retroceso de años, si no décadas. El adanismo, tan criticado en la esfera pública, puede ser igual de perjudicial en lo privado.