Desmond Tutu y Dalái Lama: atajo a la felicidad
Pareciera una utopía. Una palabra común, a veces difícil de alcanzar en la práctica: Felicidad. Los eventos de las últimas semanas nos cuestionan si realmente es posible alcanzarla. Desastres naturales, guerras, e innumerables dramas se viven día a día en todos los rincones del mundo y nos demuestran nuestra debilidad como seres humanos. Pero las historias de vida en medio de la pena, y la superación implícita en nuestra naturaleza, nos dan señales de que es posible.
Esa vulnerabilidad reflejada en el otro que sufre nos contagia de emociones negativas. Nos invade la desilusión. Es inevitable sentir tristeza, rabia ante la injusticia. Pero esta sensibilidad, en paralelo, saca a la luz nuestro lado más noble, la empatía. Esa característica que nos permitió evolucionar como especie, uniéndonos para lograr propósitos comunes.
Recientemente, como aliciente ante el bombardeo de malas noticias, vi un documental que nos cambia la perspectiva: Misión alegría: encontrar la felicidad en tiempos difíciles. Los dos líderes espirituales más importantes del mundo, Desmond Tutu y el Dalái Lama, mediante su amistad y su propia experiencia, atravesada también por el dolor, comparten lecciones para resolver esta fórmula que pareciera reservada únicamente a unas pocas personas.
Pero la ecuación es simple, tal como lo hicieron ver, porque la felicidad, esa sensación de satisfacción consigo mismo, no se busca. Y puede sonar cliché, pero hasta que no interioricemos el hecho de que la fuente más grande de significado está en nuestro propio ser, no lograremos aceptar las contrariedades de la vida y aprender de ellas.
Tanto Desmond Tutu como el Dalái Lama sufrieron en carne propia las adversidades. Tutu, el primer obispo negro de la iglesia anglicana, fue arrestado por su lucha antisegregación en Sudáfrica. Y el Dalái Lama lleva más de 50 años exiliado desde que China invadió al Tíbet, abriendo una gran herida en la cultura de un pueblo milenario que profesaba la no violencia, y del que era su máxima autoridad.
Para que el quiebre no fuera mayor, estos líderes le dieron vuelta a la hoja, sacaron provecho del infortunio y tomaron impulso en su lucha social, pues su gente seguía sufriendo. Ayudar se convirtió en la principal motivación para continuar, viendo el lado positivo de estas piedras en su camino: el tiempo de reflexión en la cárcel o la visibilidad que daba el exilio sobre lo que pasaba en las montañas tibetanas. Al fin y al cabo, mientras el corazón siga palpitando, ese soplo de vida debe cobrar sentido.
Un principio africano es el ubuntu, que significa “ser a través de otros”. Lo enseñaba el obispo Tutu y era la filosofía de su liderazgo. Esta es la principal lección de resiliencia, hoy tan de moda. Levantar la mirada, enfrentar la tormenta y preguntarnos: ¿qué aprendizaje puedo sacar de ella? ¿Qué puedo hacer para mejorar mi situación y la de los demás? En coherencia, estos tiempos difíciles son una oportunidad para resignificar nuestras vidas a través de nuestra humanidad compartida.
Sí, es posible ser felices a pesar de tanto dolor, y es precisamente reconectando con la naturaleza de vivir en comunidad y afrontando con entereza y bondad el curso de estos nuevos tiempos. Los últimos eventos, por más trágicos que hayan sido, nos dejan lecciones, ¿qué sacaremos de todo esto?