Ausencia de liderazgo
Los grandes líderes se conocen en los momentos de crisis, no cuando viven bonanzas. El liderazgo se ejerce desde la mesura, la ecuanimidad, la autocrítica y asumiendo la responsabilidad ante los hechos, no desde la soberbia, la polarización, la negación, la búsqueda de responsables externos y la victimización. Las crisis se resuelven con el diálogo, el consenso, respetando y valorando la opinión del contradictor, no con su estigmatización, persecución y deslegitimación.
En momentos de inestabilidad, el principal objetivo que se debe procurar es la defensa de las instituciones como baluarte del Estado Social de Derecho y de la democracia, es cuando estas deben ser más imparciales y menos deliberantes, debe fortalecerse la separación de poderes y el respeto irrestricto de la ley.
No es admisible y en consecuencia es condenable poner en tela de juicio la legitimidad de nuestras instituciones. La protección de la sociedad y la garantía de derechos tienen que ser la prioridad.
Los gobernantes cambian y con ello las políticas y prioridades se ajustan a su visión del Estado, es la esencia de la democracia. Sin embargo, estos cambios deben tener un límite en el respeto por la Constitución, por los procesos deliberativos, por las reglas de juego establecidas y más importante aun por la garantía de los logros sociales alcanzados, así se hayan consolidado en gobiernos anteriores.
Frente a ese ejercicio del poder, los medios juegan un papel preponderante que consiste en ser críticos y vigilantes de su correcto ejercicio. La defensa de los medios, de su independencia y de la libertad de expresión debe constituirse en una garantía ciudadana. Mal hace el gobernante al estigmatizarlos, censurarlos y descalificarlos.
Se equivoca el gobernante al pretender descargar su responsabilidad y endilgar a fuerzas oscuras sus propios errores y los de su gobierno, al sembrar mantos de duda sobre las instituciones, al pretender generar zozobra en la sociedad y al calificar a sus contradictores de enemigos. Craso error comete al desconocer los mecanismos democráticos para modificar las leyes en búsqueda de establecer su visión de país.
Transgrede la democracia al pretender presionar al legislativo a través de la mal entendida voluntad popular y al convocar a sus electores a las calles para ejercer una mal concebida democracia directa en la que se haga su voluntad. Se convierte en tirano quien abusa del poder, quien manipula a la ciudadanía y persigue a su contradictor, quien divide a la sociedad y se alimenta de la inconformidad, quien desconoce los logros y avances obtenidos. También se equivoca el mandatario al atacar a sus predecesores y con eso pretender exculpar sus pecados. La ciudadanía en nada agradece esa pugnacidad.
Los problemas de los individuos son tangibles y reales, no les importa la discusión dogmática ni las luchas de poder. Exigen soluciones, esperan de él mensajes de esperanza, acciones concretas y oportunidades específicas.
Lo eligen para actuar y resolver, no para culpar. Igual de mezquinos al gobernante, resultan ser quienes desde su liderazgo se dedican a la oposición con el único fin de polarizar y manipular, los que destruyen toda iniciativa y critican sin fundamento para ver fracasar ese proyecto y a quien lo ostenta, dejando de lado el único fin del Estado que es el bien común y la garantía de derechos, ambos, con el propósito de imponer su visión, mantener su poder o llegar a gobernar. Triste es ver a quien quiere ver a un gobierno fracasar.
Hoy que el mandato enfrenta una crisis de gobernabilidad y se encuentra en tela de juicio su legitimidad, es el momento en que el Presidente debe ejercer un real y efectivo liderazgo, aplacando su soberbia, dejando a un lado el ego y cesando la confrontación para proteger las instituciones, crear consensos, garantizar la seguridad y preservar los avances que nos ha costado construir.