Analistas

Cuatro años perdidos

Juan Alberto Londoño Martínez

Colombia perdió una oportunidad de oro. Pocos Gobiernos y pocas personas tienen la posibilidad de trascender y cambiar la historia, de hacer las reformas que la sociedad demanda, de lograr los acuerdos sociales, de cerrar las brechas y transformar realidades como la tuvo este Gobierno. Pocas personas podían prometer el cambio y tener el apoyo popular para lograrlo como Gustavo Petro.

Solo él tuvo la oportunidad de reformar y transformar el esquema tributario para hacerlo más equitativo, progresivo y competitivo y, por el contrario, aumentó la carga de quienes sostienen el Estado, asfixiando a las empresas y a los asalariados, con lo cual terminó por destruir la inversión y el ahorro privados. Pudo desarrollar las energías renovables y propender por una efectiva transición energética y, en cambio, les impuso cargas fiscales de tal magnitud, que en su mayoría los proyectos han fracasado. Que ironía ver que la mayor fuente de crecimiento sea el sector extractivo al cual ha querido destruir. Nadie más pudo aumentar el precio de los combustibles sin que incendien la Casa de Nariño.

Este Gobierno tuvo la oportunidad de reformar el sistema pensional para hacerlo sostenible y disminuir la carga en cabeza del Estado, de aumentar la edad de pensión y aumentar los porcentajes de cotización y, por el contrario, lo hizo absolutamente insostenible, negándole la posibilidad a los jóvenes de acceder a la misma. Tal es la improvisación que un día después de aprobada la reforma en contravía de la ley, anunció que debe presentar una nueva para corregir errores. Impresentable

Pudo cambiar la forma de hacer política, eso esperaban sus electores y, por el contrario, ha trabajado al lado de personas sin conocimiento técnico y sin experiencia, que fungen como activistas desde lo público, deteriorando así las instituciones que juró proteger. Los escándalos de corrupción, el desgreño administrativo, la cooptación del Congreso y la repartija burocrática se han venido incrementando. El cambio, todo mal.

Dice ser uno de los precursores de la Constitución del 91 la cual juró defender, se presenta al mundo como demócrata, proclamando el respeto por las instituciones y, por el contrario, todos los días ataca las demás ramas del poder público cuando sus decisiones no lo favorecen y, peor aún, habla de un poder constituyente no consagrado en nuestro ordenamiento jurídico con el ánimo de perpetuarse y de modificar la Constitución a su antojo.

Habló de la paz total y hoy, debido a su desprecio por la fuerza pública, a su falta de claridad y mano firme frente a la violencia, lo único que se observa, es un deterioro profundo de la seguridad en todo el territorio. Igual, por su incapacidad de lograr consensos y su aversión al diálogo, tan evidentes que ni sus ministros tienen interlocución con él, sus principales aliados como lo fueron los sindicatos hoy se enfrentan a él.

Habla de reindustrialización y en nuestro país, la industria sigue contrayéndose aceleradamente y la inversión privada desapareciendo, esto a causa de la incertidumbre jurídica, el irrespeto por la iniciativa privada, el ánimo de estatizar y, sobre todo, por las posturas ideológicas, retardatarias y caprichosas.

No se puede construir una nueva realidad social cuando se parte de desconocer los avances que se ha tenido y se pretende destruir el andamiaje institucional y social. No se puede hacer el cambio cuando se improvisa y no se cuenta con el personal técnico para ejecutar las políticas; no se puede ser progresista cuando se criminaliza a todo el que piensa distinto, se estigmatiza al sector privado y se ve como enemigo a quien con su trabajo ha sido exitoso y creado riqueza.

El juicio de la historia dirá: ¨Presidente Petro, tuvo la oportunidad y fracasó¨. La lección aprendida será: “La institucionalidad, el conocimiento y las reglas se respetan”. No volvamos a improvisar, no volvamos a creer en cantos de sirena. Solo así Colombia superará estos cuatro años perdidos.

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